Esta semana leí un tuit que decía: “La historia es fácil de contar. Una izquierda inepta y bastante corrupta ganó las elecciones y perdió el gobierno en menos de dos años. Una derecha antirreformista, antiderechos, autoritaria y negacionista tomó el control del gobierno desde el parlamento e intenta sostenerse ahí”. Me tocó revisar bien quién era el autor del tuit para entender a qué país hacía referencia. César Azabache, abogado peruano, escribió el texto y denunció lo cíclico de la historia política de su país. “Solo han cambiado los ocupantes de las sillas en el mismo juego”, añadió.
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Algunos comentarios al tuit señalaron lo obvio: el relato es una simplificación falsa. La derecha también es corrupta e inepta y la izquierda también es autoritaria. Claro, salvo que el autor sea muy talentoso, no es fácil capturar los vaivenes políticos en tan pocos caracteres. Sin embargo, lo perturbador no son los tuits y sus distorsiones. Lo verdaderamente aterrador es que la política misma parece estar distorsionada. La visita de Petro a España dejó ver en pocos días lo que hoy está moviendo a políticos de izquierda y derecha: reclamos sosos de abusos históricos, etiquetas rotas, zapatos de marca y hoteles lujosos.
La izquierda y la derecha se aferran a su camiseta como hinchada de fútbol. Nosotros, los liberales, medio insufribles ahí sí, pedimos diálogo y compromiso como si no fuéramos más que ruido en este teatro. En el entretanto, mientras todos nos ocupamos de nuestras respectivas caricaturas, crece una fuerza tan oscura y escabrosa que ni siquiera tiene sentido ubicarla en el espectro democrático. Es más, amenaza el piso que se les exige por igual a reinos y repúblicas: los derechos humanos. Sí, hablo de la llamada ultraderecha, que se ubica cada vez más por fuera de la institucionalidad internacional y jalona lo más oscuro de los impulsos humanos.
En España esta fuerza se ha encarnado en Vox, un partido que, por ejemplo, niega la violencia de género argumentando que a los hombres también los matan las mujeres, y añaden paranoicos: “Los datos de hombres que mueren a manos de mujeres se ocultan porque no interesa demostrar que existen esos asesinatos”, dijo un miembro del partido. También han buscado suprimir leyes que protegen a la comunidad LGBTI+ asegurando que “estas asociaciones disfrutan de privilegios”, pues “España no es un país homófobo”. Como si eso fuera poco, también trabajan para suprimir “las asociaciones y ONG ideológicas” porque, al parecer, la libertad de asociación y pensamiento son subversivas.
Vox está consolidando su crecimiento en España. Sí, con ese discurso. Y nosotros, como los personajes de las películas de terror, andamos muy ocupados viendo cómo nos fastidiamos el rato, hablamos de fracs y tenis blancos. Siempre me pregunté qué hacía el mundo mientras crecía el nazismo. Pues ahí está, se ocupaba de las danzas de sus primeras damas.