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El desconocimiento del actual paradero de Andrés Felipe Arias tiene a muchos con los pelos de punta. Se habla de un complot uribista para evadir la justicia y se trae a colación el caso de Luis Carlos Restrepo y María del Pilar Hurtado.
Sin embargo, en términos prácticos, ¿debe pensarse la huida como una evasión completa del castigo? ¿Es acaso tan libre la vida en el exilio? ¿Es acaso tan cómoda?
El ostracismo, para los ciudadanos de la Antigüedad, implicaba su segregación de la vida política y, por lo mismo, del poder. Un poder que era efectivo dentro de sus pequeñas ciudades. En las sociedades modernas, con sus millones de habitantes, la valoración de lo privado supera con creces la de lo público. Por este motivo, alejar a alguien de la vida política se considera insuficiente. Hay que impedirle también el disfrute de sus bienes (bien o mal habidos). De ahí la cárcel y no el destierro.
Si se siguen haciendo películas sobre la vida de Mengele, el médico nazi, es porque la humanidad no concibe que alguien tan atroz pasara sus últimos días plácido en el Cono Sur. Sin embargo, el caso de Uribito y compañía no es el mismo (y no sólo por la naturaleza de sus crímenes). En las sociedades actuales, distinto a las de hace unas décadas, nadie puede rehacer su vida en el extranjero. Nadie puede hacer como si nada hubiera pasado. Y la huida, si bien no es tan pesada como la condena, tampoco es agradable.
Así bien, mientras Fernando Botero Zea y Santiago Medina tuvieron sus dosis de cárcel, Samper sigue opinando en política. Y mientras Uribe, el senador electo, espera comenzar su período como funcionario, Uribito está mirando cómo asume su sanción. Hay que aceptar que, en este último caso, aunque no es la justicia que se espera, sí es algún tipo de justicia. Así los tres prófugos de Álvaro Uribe se escapen, cada quien está cumpliendo, de alguna manera, su pena.
