Pos segunda vez el Consejo Nacional Electoral rechazó el logo del partido del expresidente Uribe.
Los magistrados argumentaron nuevamente que los nombres de una persona no se pueden transferir a un movimiento o partido. Desde entonces, el debate se ha tornado sobre si es justo o viciado el tratamiento que se le está dando al Puro Centro Democrático. Sin embargo, ¿qué es lo que realmente dice de nosotros este lío?
En las pasadas elecciones para el Senado pregunté a una señora por quién iba a votar. Ella, con toda naturalidad, respondió: “Voy a anular mi voto. Marco el cuadro de tres candidatos distintos y ya. Es que todos esos señores son muy corruptos”. Yo le sugerí que en vez de ello votara en blanco. Como ella creía que esto consistía en introducir el tarjetón vacío a la urna, me contestó alterada: “Noooo, no ve que los jurados después lo usan para marcar el candidato que ellos quieren”.
Pero esta no es la única anécdota sobre el voto en blanco. Algunos recordarán el caso del lustrabotas Luis Eduardo Díaz, quien, sin ninguna experiencia en lo público, llegó al Concejo de Bogotá con 18.382 votos (la undécima votación más alta para esta entidad). Una de las razones para este triunfo fue el hecho de que “Lucho” no pudo poner su foto en el tarjetón. Al ser el último, su casilla quedó al lado de la del voto en blanco y generó confusión en el electorado. Después de este episodio se hizo obligatorio poner la foto en el cartón electoral.
¿Cómo estamos tomando nuestras decisiones de voto los colombianos? ¿Qué supuestos sobre el electorado están haciendo los candidatos cuando se lanzan? Un país en el que una manada de desconocidos quiere cobijarse bajo la popularidad de un candidato requiere replantear si el problema tiene que ver realmente con una violación de garantías a los “uribistas”, con hábiles pero deshonestas maniobras electorales, o con una radical ignorancia de los votantes que hace vana de entrada cualquier reglamentación.