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Este lunes fue filtrada a la opinión pública una encíclica donde el sumo pontífice, el papa Francisco, culpa a la humanidad por la mayoría de los problemas relacionados con el calentamiento global en las últimas décadas.
Sin embargo, aunque absurda, llevamos décadas perpetuando la idea de que lo político hace parte exclusiva del mundo público; y, en cambio, lo religioso/espiritual hace parte del ámbito privado. Esta peligrosa posición desconoce que uno de los lugares más políticos es el privado pues es allí donde cada quien se forma como persona y, por ende, como ciudadano. Lo que se hace en la vida privada tiene repercusiones en la sociedad porque forma un sujeto, construye un género y determina las relaciones familiares, entre muchos otros asuntos. Es justamente por ser, en su esencia, política que la religión es tan poderosa.
El papa Francisco, más allá del cambio climático, se ha convertido en un ícono de nuestro tiempo porque no ha escondido el carácter político de la religión y, con ello, ha logrado renegociar en “el más acá” asuntos espirituales que estaban estancados en el “más allá”. No todo en la política es perfecto, pero salir a lo público ha hecho que la Iglesia sea menos torpe en su negociación con el presente. Una negociación que es importante porque en la política no solo confluyen distintos intereses, sino es allí donde se forman.
