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El pasado de la educación superior

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Catalina Uribe Rincón
15 de enero de 2015 - 03:46 a. m.
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En la civilización mosopotámica, la educación superior estaba orientada a formar burócratas capacitados que pudieran encargarse de ciertos asuntos del Estado.

Estos “escritores de tableta”, como eran llamados los letrados, no eran miembros de la clase dominante aunque gozaban de su respeto. Eran una suerte de “asistentes de dirigentes” y, por lo mismo, se consideraban a sí mismos como parte especial de la élite. Su privilegio provenía de estar cerca del poder, aunque el poder no fuera suyo.

Durante la Grecia clásica, los sofistas, o maestros de la sabiduría, se enfocaron en educar a la juventud con el fin de que lograra el éxito en la vida política, y se hicieron así ellos mismos poderosos. Cualquier estudiante ambicioso podía adquirir estas habilidades y, con ellas, escalar socialmente. Los sofistas, conscientes de su importancia, cobraban unas tarifas muy altas a cambio de su enseñanza. Sin duda, los estudiantes menos privilegiados se veían obligados a hacer vastos sacrificios para obtener el pago de sus estudios. Y había, claro, quienes no lo lograban.

En el período romano se hizo explícita la diferencia entre la educación superior pública y la privada. Los colegios se situaron en edificios públicos y las autoridades civiles eran las encargadas de determinar los salarios de los profesores. Los pagos establecidos eran famosamente bajos y los profesores se veían en la obligación de dictar clases adicionales para poder tener un salario digno. Cuando los estudiantes ganaban, los profesores perdían.

Cada vez que vuelven las discusiones sobre la educación superior en Colombia alguien alude al pasado añorado. A un pasado mejor. Sin embargo, el pasado ha sido bien oscuro para unos y otros. Mucho antes de que tenga sentido culpar al mercado se experimentaban tensiones entre el estatus de los maestros y su poder efectivo, entre lo que constituye su salario digno y un salario justo, y, más aún, entre lo que debe costar la educación. Hay otros debates que se repiten, claro, pero estos últimos se consideran propios de nuestra época. Propios, si se quiere, del tiempo del capitalismo salvaje, pero, al parecer, no lo son.

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