El 5 de agosto del 2020, las portadas de los principales medios de Colombia pusieron como noticia la detención del expresidente Álvaro Uribe Vélez. La Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia acababa de ordenar una medida de aseguramiento por soborno y fraude procesal. Traigo esto no para recordarnos que estamos en un loop del tiempo, sino para analizar las portadas. El titular de El Tiempo fue “Detención del expresidente Álvaro Uribe Vélez causa revuelo en el país” y estaba una foto de casi la página entera de una explosión en Beirut que había dejado un puerto completamente destruido y en llamas. La imagen correspondía a un desastre a causa de materiales confiscados en este puerto del Líbano.
Sin que El Tiempo tuviera que decir que la detención de Uribe era una catástrofe, nos lo sugirió. Las portadas de El Nuevo Siglo y de El Colombiano titularon: “Tremor Nacional por detención de Uribe” y “Que la verdad prevalezca”. Las fotos elegidas sí eran de Uribe, pero de un Uribe poderoso y engrandecido. En una, de hecho, aparece con su particular gesto de tener la mano en alto como padre regañón. De nuevo, sin decírnoslo, estos periódicos nos sugieren que Uribe seguirá triunfante a pesar de las decisiones de la justicia. El Espectador tituló con una palabra: “Detenido”; la foto era de Uribe en un plano picado, con las manos en posición de oración. Se le ve más disminuido y preocupado.
Para analizar retóricamente piezas periodísticas es necesario leer entre líneas, entender la simbología de las imágenes y pensarlas desde su situación retórica. Es decir, mirar alrededor de qué mensajes se publican y en qué contexto. Cuando estaba estudiando cómo se construyó la imagen de Pablo Escobar durante los 80 y 90 en los medios colombianos, encontré, entre todas las crueldades de Escobar, notas que iban influyendo en su construcción de personaje. Una publicidad de Colseguros que te ofrecía una póliza para defenderte de unos mafiosos con fedora y pistolas, la cartelera y reseñas de películas como Scarface, así como noticias sobre sobredosis de medicamentos de venta libre.
La complejidad de Escobar, la guerra contra las drogas y la fascinación que generó en varias audiencias no salió de la nada. Se iba construyendo con mensajes y símbolos que no hablaban propiamente de él, pero sí de él. Pensé en la situación retórica de los medios con un fenómeno que sigue cogiendo fuerza: el de hablar mal sin hablar mal y sus consecuencias en los mensajes polarizantes. Se parece al caso de los chismosos que, en vez de criticar o de nombrar un defecto, lo insinúan con un “pobrecito”. Esos que critican sin criticar subrayan detalles irrelevantes, insisten en lo que no dirían de nadie más y todo lo disfrazan de compasión.
Hace dos semanas, cuando salió la noticia de la sentencia de la JEP de dar ocho años de acciones reparadoras a exguerrilleros de las FARC, encontré que algunos medios ponían en la misma página noticias sobre el prontuario delictivo de la cúpula de las FARC. Recuerdo hasta leer un reportaje que nos contaba del secuestro cruel que vivió Ingrid Betancourt. Sin que me lo dijeran, y sin jamás haber sido de esos odiadores del proceso de paz, me impactó el contraste.
Sin duda, ya no se trata de titulares estridentes, sino de insinuaciones cuidadosamente formuladas: “El millonario sueldo que recibiría Juliana Guerrero si llega al Ministerio de la Igualdad”, “Cada 25 horas se practica una eutanasia en Colombia”, “Colombia registró en 2024 la cifra más baja de nacimientos en una década”. Ese sensacionalismo sugerente es todavía más cómodo: no acusa, no defiende, no grita… solo deja caer la pulla para que el lector inconscientemente haga el trabajo sucio.