La reciente muerte del actor y comediante Robin Williams trajo nuevamente el tema del suicidio a los titulares: “R. Williams se ahorcó”; “La depresión y el triste payaso”; “El artista se suicida después de luchar contra sus demonios”; “No es tu culpa”. Y, por supuesto, que no es su culpa. Pero ¿es este el mensaje que nos transmiten este tipo de noticias?
Durante un tiempo los medios se refirieron al suicidio como un “autoasesinato”, por aquello de que era considerado inmoral y en muchos casos ilegal, equiparable con el delito de asesinato. Dicha connotación negativa, aunque en menor grado (ya no hay que enterrar a los suicidas a las afueras en cementerios distintos a los religiosos), sigue vigente hoy, en parte por el trato y el lenguaje que utilizan los medios, la literatura y el cine para referirse a este asunto.
Los investigadores A. Herberth y T. Niederkrotenthaler realizaron un estudio en el que se refieren al nocivo “efecto Werther” y al positivo “efecto Papageno”. El primero se refiere a aquellos que se suicidan imitando el comportamiento de otros y hace relación a la serie de suicidios que se dieron en respuesta a libro de Goethe Las desventuras del joven Werther. El segundo habla del resultado positivo que tiene nombrar casos de potenciales suicidios que no se llevan a cabo, al igual que sucedió con el personaje de La Flauta Mágica.
¿Es el “efecto Werther” lo que se debe evitar en los medios? Tal vez sí, pero no es lo único. La semana pasada fue titular que el director J. Slattery lamentó las circunstancias de la muerte de Philip S. Hoffman pues “deslucían” su memoria. Más allá de evitar suicidios, es hora de que los mensajes contribuyan a desestigmatizar esta causa de muerte. Con el caso de Williams, algunos han hecho eco del cambio de actitud hacia la depresión, pero el suicidio sigue siendo un tabú o el “nefasto” desenlace de algo que se hubiera podido evitar.
