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Dos eventos recientes representan irónicamente los dilemas del periodismo actual: la entrevista de Laura Ingraham en Fox News a Donald Trump y el video editado de la BBC. La entrevista de Ingraham empezó como una típica sesión de elogios al mejor estilo Vicky Dávila en la FM con Álvaro Uribe cuando era presidente: una mezcla de halago y autopromoción del entrevistado. Pero rápidamente su tono y estilo cambiaron. Ingraham interrumpió, cuestionó y hasta se permitió un par de réplicas incómodas. No se convirtió en la periodista del momento, pero al menos recordó que una periodista puede incomodar, incluso a quien admira.
La BBC, en cambio, decidió editar un fragmento de un discurso de Trump para un documental. En la versión emitida, Trump parecía llamar más abiertamente a la violencia del 6 de enero, pero en realidad los fragmentos provenían de momentos distintos del mismo discurso. Esa omisión, más propia de un video de propaganda política que de un noticiero público, provocó disculpas y la renuncia del director general Tim Davie y la jefa de noticias Deborah Turness. El daño igual ya estaba: el medio, fundador del Trusted News Initiative (TNI) que busca “afrontar los desafíos de la desinformación” terminó haciendo exactamente lo que dice combatir.
Ambos casos revelan un debate trillado que sale con frecuencia en congresos sobre periodismo: el de la objetividad. En los círculos académicos se repite que la objetividad no existe, que todo medio “milita” por algo, que cada noticia es también una forma de activismo. A veces es cierto: hay quienes defienden causas justas (derechos humanos, minorías, víctimas) y quienes defienden intereses menos nobles (conglomerados, gobiernos o anunciantes). Pero mientras se insiste sin matices en que todo periodismo es activismo, tristemente se van borrando los principios básicos del oficio: usar fuentes, verificar, no juzgar antes de entender, distinguir hechos de opiniones.
No se trata de volver a la falsa idea del periodista neutral que nunca opina y que presenta, sino de no confundir convicción con propaganda. Si todo es activismo, entonces nada es periodismo. La idea de objetividad no es una promesa de pureza, sino una aspiración al rigor: mostrar los hechos e interpretarlos con la mayor cantidad de elementos, oír más de una voz, reconocer los límites del propio sesgo. Esa aspiración, aunque imperfecta, servía y sirve de contrapeso.
Por eso resulta tan paradójico que en estos dos casos, la periodista complaciente de Fox haya terminado un poquito, sólo un poquito, más cerca del papel de contrapoder que la BBC. Ingraham, con toda su agenda, lo interrumpió cuando aseguró que los costos de vida habían bajado y que la economía estadounidense es “la mejor de la historia”, recordándole que muchos ciudadanos enfrentan dificultades para pagar lo básico. Lo corrigió cuando confundió los plazos hipotecarios. Lo presionó sobre su promesa de otorgar un bono de 10.000 dólares a los controladores aéreos, preguntándole de dónde saldrían los recursos. La BBC, con toda su reputación, editó respuestas para enfatizar sesgos.
El problema entonces no es el activismo ni la objetividad, sino el discurso que radicalmente las opone entre sí descuidando el rigor. No se trata de fingir neutralidad, sino de sostener una distancia mínima frente a lo que se quiere contar. Sin esa distancia, el periodismo se convierte en simple comentario o militancia disfrazada. La objetividad no es una voluntad, es un esfuerzo: buscar razones, verificar, contrastar, abrir espacio para la duda. Ese esfuerzo no elimina los sesgos, pero los pone a prueba. Y entre un periodismo que repite consignas y otro que edita los hechos para que encajen, todavía hay espacio para uno que pregunta y escucha.
