Publicidad

Entre extremos

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Catalina Uribe Rincón
22 de mayo de 2014 - 03:59 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Anne Appelbaum, en su libro Gulag, parte de la pregunta: ¿por qué la humanidad sigue condenando cualquier acto o referencia relacionada con el nazismo pero ha sido más condescendiente con el comunismo? Una vez, paseándose por el puente Carlos en Praga, la autora vio cómo muchos de los turistas occidentales compraban, sin ningún reparo, boinas, insignias, hebillas y prendedores con imágenes de Lenin y Brézhnev. ¿Alguien se imagina esta misma escena pero con insignias de la esvástica o de la cara de Hitler? Es claro que muy pocos recuerdan que, sólo en la hambruna de 1930, Stalin asesinó a millones de civiles ucranianos.

Justo ayer hubo gran revuelo en el mundo porque el príncipe Carlos comparó a Putin con Hitler. De acá la duda: ¿por qué no lo comparó con Stalin? La razón es que en el imaginario colectivo sigue siendo más aterrador y ofensivo todo aquello relacionado con el nazismo. Hay muchas explicaciones para esto, entre ellas, la excelente labor de artistas y directores judíos que han traído a la memoria el despreciable holocausto. Pero, además, argumenta Appelbaum —y este es el punto interesante— es el constante discurso belicoso de la extrema derecha (que empezó desde el macartismo) lo que ha contribuido a matizar las asociaciones negativas que hace la opinión pública con la izquierda radical o el comunismo.

Ahora, este efecto cobra vida en nuestro debate electoral. Desde la incendiaria columna de Fernando Londoño que señala a Santos de castro-chavista, hasta las constantes intervenciones del senador electo Álvaro Uribe que insinúan la entrega del país a la guerrilla comunista, el debate se ha convertido en un discurso de cacería de brujas al mejor estilo Guerra Fría. Pero, muy a pesar de Londoño, el resultado para el imaginario colectivo no va a ser el esperado. Lo único que consigue la derecha con ser radical y pendenciera es seguir justificando en la opinión una izquierda delirante y extrema.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.