El cubrimiento de la guerra contra Hamás ha vuelto a poner bajo la lupa el quehacer periodístico. Una de las preguntas que han permeado la discusión es tan vieja como vigente: sobre la objetividad periodística. ¿Es posible ser imparcial ante realidades en las que tanto está en juego? En muchos sentidos, todavía seguimos enseñando que sí, que sí es posible. Es decir, que si el periodismo se cuida de chequear la fórmula 5W (who, what, when, where, why), tendrá una historia suficientemente completa.
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Sin embargo, hay presiones por otros lados, presiones que exigen una postura más fuerte en donde hay asimetrías de poder. ¿La razón? Compensar las diferencias para dar voz a quienes no la tienen y más la necesitan. Por ejemplo, estas presiones nos dicen que, ante denuncias de abuso policial, la atención periodística debe volcarse hacia la víctima, hacia el David, no porque se asuma que su historia sea cierta, sino porque se asume que la institución de la policía (con toda la legitimidad y los recursos) es un Goliat con más capacidad de defender su versión.
El objetivo de este enfoque busca la igualación, no por la igualdad misma sino con miras a impedir la exclusión de individuos, grupos o pueblos de la protección de la ley. Cuando uno enseña que el periodismo es el cuarto poder, uno siente que los estudiantes se imaginan una suerte de cuarto general al mando de un crucero. En realidad, el periodismo es más una manada de balseros tratando de rescatar lo que se pueda del ahogo del mar. Por esto es mejor que sean muchos, que sean diversos y que lleguen a donde se pueda llegar.
Cuento esto para poner en perspectiva la discusión del embajador de Israel en Colombia, Gali Dagan, con El Espectador. Dagan criticó la portada del pasado martes en la que aparece una foto de un pasillo del hospital Al-Shifa con varios heridos. En la descripción de la imagen se reporta que “miles de desplazados siguen atrapados”. El embajador, intentando usar el humor, hizo una encuesta de X preguntando: “En qué página @elespectador va a publicar […] la entrega humanitaria de Israel al hospital Shifa de Gaza”, sugiriendo, por el resultado de la encuesta, que sus seguidores creen que El Espectador está sesgado y cubre solo “un lado de la noticia”, como se dice coloquialmente. ¿Es esta acusación cierta?
El embajador debe entender que el periodismo, como dije, es balsero. Trata de recoger lo que puede, como puede. No todo lo que se recoja es siempre equilibrado, pues sólo hay tantos ángulos que caben en un día, en una portada, en un editorial. Mientras que se haga un trabajo serio y riguroso en cada nota y a lo largo de días, semanas y meses se recoja todo lo que vaya siendo relevante para registrar la historia, el periodismo hace bien su labor. Siempre es mejor una prensa libre, dispersa e independiente, que una prensa organizada y con agenda. Además, en tiempos de guerra, está muy bien que la cámara enfoque y trate de proteger a los civiles. Sí, a todos los civiles: a los palestinos bombardeados y desplazados, y a los israelíes todavía secuestrados a manos de Hamás.
Por otra parte, no está de más que el periodismo colombiano entienda de dónde viene la exasperación del embajador. Si el conflicto se plantea como “guerra entre Israel y Palestina”, el Goliat es Israel y el David es Palestina. En ese sentido, más allá de la justicia de la defensa de Israel, es esperable que los periodistas activen su instinto protector hacia los palestinos. Además, porque, como en el caso del hospital, su causa no da espera. Pero vale la pena saber que Israel ve las cosas distinto. Para ellos el David es Israel y el Goliat es el inmenso mundo árabe, que, pese a recientes acercamientos, le ha sido históricamente hostil. La guerra de los Seis Días, que desató los siguientes conflictos y que llevó a las ocupaciones, inició porque los países árabes plantaron sus masivos ejércitos apuntando a Tel Aviv.