Canadá es uno de los países más progresistas e incluyentes del mundo en cuanto a la legislación sobre derechos LGBTI+. Desde el 2005 aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, hoy permite la adopción homoparental, servir abiertamente en el Ejército, las cirugías de reasignación de sexo y terapias de sustitución hormonal. Recientemente promulgó una prohibición contra las terapias de conversión o reorientación sexual. La apertura canadiense en términos de derechos es ampliamente conocida y celebrada. De ahí que varias personas de la comunidad LGBTI+ opten por migrar a esta nación para evitar tratos degradantes en los propios países.
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Sin embargo, a pesar de ser un país abierto a la diversidad, la comunidad LGBTI+ ha tenido una difícil relación con la policía, especialmente en ciudades como Toronto. En el 2018, The Guardian recapituló lo que ha sido esta relación tortuosa que empezó en los 70, cuando varios hombres gais fueron asesinados en un periodo corto de tiempo con un modus operandi similar. Se sospechaba de un asesino en serie, pero la policía nunca lo atrapó. Siempre se creyó que la búsqueda de las autoridades no había sido comprometida y sistemática.
Entre 2010 y 2017 volvieron a escalar las cifras de hombres gais asesinados en Toronto. Todo apuntaba a un nuevo asesino en serie. La policía decía que no sabía qué hacer porque supuestamente “la comunidad gay no denunciaba”. Finalmente, en enero de 2019, Bruce McArthur, un jardinero que trabajaba de Papá Noel en centros comerciales, se declaró culpable. The Guardian se hace la pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿cómo pudo durar casi 10 años o más en la impunidad asesinando hombres gais? En el 2002, McArthur ya había sido arrestado por atacar a un trabajador sexual con una vara de metal. Su sentencia: dos años de libertad condicional más una advertencia de mantenerse lejos del barrio gay.
Muchas de las víctimas de McArthur, además de homosexuales, eran inmigrantes. Algo que no sorprende: los predadores buscan siempre atacar a grupos en situación de vulnerabilidad para salirse con la suya. La orientación sexual, el estatus migratorio, la pobreza, el tipo de oficio, la edad, la discapacidad son todos factores en los que se fijan los predadores. Las mujeres por lo general llevan del bulto. Aun así, hay diferencias. A la mujer blanca, “bien” que llaman, idealmente si es “juiciosa”, se le violenta, pero se lleva los titulares. No hay titulares si la mujer es trans, negra y trabajadora sexual. De ella no se tiene siquiera noticia.
Medellín está en alerta por los recientes seis asesinatos de hombres gais, todos en circunstancias similares. Osvaldo Botero, Juan David López, Gustavo Arango Jaramillo, Sahmir Javier González, Juan Daniel Bedoya y Hernán Macías fueron encontrados muertos por asfixia y con signos de tortura. Si bien las autoridades están trabajando en ello, es importante insistir en la gravedad de la situación dada la vulnerabilidad de los asesinados. Sabemos bien que la policía colombiana no ha sido la más solidaria con la diversidad. Solo en el 2021, de los 79 ataques que sufrieron las personas LGBTI+, 17 fueron causados por violencia policial.
La policía es un reflejo de la sociedad. No debería ser ni más ni menos homofóbica. El problema es que es predominantemente masculina, está armada y su violencia es avalada por la ley. Por eso las capacitaciones y los talleres de sensibilización del uso de la fuerza no son opcionales. Hay que ir contracultura para velar por los derechos de toda la población. Mientras tanto, hay que prender todas las alarmas. Si Canadá tiene problemas de LGTBI-fobia, imagínense nosotros. La ciudadanía y los medios deben estar alerta. La cuenta, de los que sabemos, va en seis, pero pueden ser más y el total puede seguir subiendo.