Una semana después de los atentados de París, la cadena de televisión MSNBC decidió entrevistar a una verdadera americana-musulmana.
La persona elegida fue Dalia Mogahed, una investigadora y reconocida experta en las actitudes musulmanas alrededor del mundo. Uno de los momentos más interesantes de la entrevista fue cuando le preguntaron si lo musulmanes deberían salir públicamente a condenar los atentados de ISIS, como lo han sugerido algunos políticos y ciertas encuestas. La respuesta de Mogahed fue contundente: “yo creo que deberíamos ir un paso más atrás y hacer una pegunta distinta: ¿es justificado pedirle a los musulmanes que condenen el terrorismo?”.
La respuesta tiene todo el sentido pues la pregunta sugiere que todo musulmán es sospechoso de simpatizar con el terrorismo a menos de que explícitamente diga lo contrario. ¿Acaso se le pide a los cristianos disculpas públicas cada vez que algún católico o evangélico comete un crimen? Lo más curioso del asunto es que este tipo de preguntas islamofóbicas se hacen en momentos discursivos estratégicos. En EE. UU., como lo sugiere Mogahed, no se incrementó la islamofobia después del 11 de septiembre ni después de la bomba en la maratón de Boston. El odio a los musulmanes aumentó justamente en las dos temporadas electorales, cuando los políticos lo pusieron en la agenda.
Si nos movemos a Colombia —en donde la mayoría de los políticos parecen en campaña pues se dedican a comunicar más que a gobernar—, el asunto no cambia mucho. Recientemente los medios han hecho eco de personajes como María Fernanda Cabal comparando el proceso de paz con una negociación yihadista o como el procurador Ordoñez relacionando las facultades presidenciales para la paz con normas nazis. Si bien la mayoría de los colombianos tenemos muchísimas razones para no querer a la guerrilla, hay que aprender a reconocer en qué momento los políticos están capitalizando miedos. Al final del día, aunque creamos que son los hechos terroristas los que mueven más a la opinión pública, en realidad son las narrativas las que terminan teniendo más fuerza.