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El pasado 25 de agosto la Fuerza Aérea norteamericana le negó el reingreso a un piloto que se rehusó a jurar ante Dios.
De acuerdo con el Air Force Times, el soldado tachó del contrato la frase final “que Dios me ayude” para enlistarse de nuevo en la institución. Sin embargo, el “soldado ateo” sí prometió “defender la Constitución de EE.UU. en contra de todos los enemigos, extranjeros y domésticos”.
Las organizaciones defensoras de los derechos humanos no se demoraron en pronunciarse a favor del soldado. Pero ¿cuál es el sentido del tradicional juramento que en Colombia se traduce en el famoso “Dios y Patria”? ¿En qué difiere jurar ante Dios, ante la Patria o ante la Constitución de EE.UU.?
Hay situaciones en las que los contratos entre seres humanos se vuelven frágiles. Un testimonio en un juzgado que está determinando la vida de un presunto culpable es tan fundamental, pero tan etéreo, que en algunos países todavía se debe poner la mano sobre la Biblia o sobre algún libro sagrado para garantizar la veracidad de lo dicho, o mejor, para afianzar la solemnidad del compromiso.
Los militares que combaten tienen que experimentar algunas de las peores crueldades humanas. De ahí la importancia de la honra y del orgullo militar para reafirmar el valor que se requiere en su profesión. Muchos de los juramentos absolutos compensan la conciencia de nuestra propia fragilidad. Por esto se equivocan quienes creen que es dañino enmendar con trascendencia lo que es quebradizo y contingente. A tranquilizarse tiene derecho cualquiera.
El riesgo, como en el caso del soldado ateo, es cuando las personas o instituciones se toman la vocería de lo universal y obligan, contra toda particular, a plegarse a ciertas creencias. Es tan válido jurarle a Dios como a la Patria o a la Constitución. Todas estas son ideas igual de abstractas y reconfortantes.
