A pesar de la aprobación del juicio político contra Donald Trump, algunos expertos creen que el presidente estadounidense será reelegido en noviembre de 2020. La suposición se hace teniendo en cuenta la falta de un candidato fuerte en el Partido Demócrata, sumado a que en la historia estadounidense nunca ha perdido la reelección un presidente en ejercicio con una economía estable. Pero más allá de esto hay un aspecto que no se puede negar: la comunicación de Trump, aunque pobre, básica y ofensiva, sigue siendo su mayor arma de poder.
¿Qué hace que su bullying o matoneo siga siendo efectivo? Primero, entendamos el primer paso de su estrategia. Una de las características principales de un bully es la de disponer a su audiencia para que le permita la ofensa. El matón no trabaja solo y tiene que situar a los demás para que reciban el mensaje. La preparación del terreno comienza con los apodos, que pueden ser más o menos ofensivos, pero que se hacen memorables y se vuelven el reflejo mental del discurso colectivo.
Sin ir muy lejos, pensemos en el apodo de “castrochavista” para cualquiera que no comparta las políticas del Centro Democrático. El nombre es pegajoso, como se repite se vuelve eslogan, moviliza emociones y manda un mensaje claro: “Esto se puede convertir en Venezuela”. La ofensa, además, viene enfrascada en un mensaje de autenticidad: “Decimos las cosas como son” y lo gritamos a los cuatro vientos justamente porque es verdad.
Trump domina esta estrategia. A The New York Times lo ha llamado constantemente un periódico “fallido”, “deteriorado” y “desprestigiado”. De Obama dijo que era el fundador del Estado Islámico. A Hillary Clinton no la bajó de “torcida” o “fraudulenta”. A los demócratas ahora los llama el “do nothing party” o “partido que no hace nada”. Y hasta se ensañó con la pequeña Greta Thunberg, a quien acusó de tener problemas de manejo de la ira y por ello le aconsejó “relajarse e ir a ver una película con una amiga”. Y he ahí uno de los segundos efectos de la estrategia: pone agenda. Todos, hasta sus detractores, terminan hablando de eso.
El tercer paso de la estrategia es el de saturar los canales de comunicación hasta que cierre el ciclo de noticias. Los seres humanos somos noveleros, no solo los colombianos. Nos aburrimos de lo mismo y queremos lo siguiente. Cuando se le cuestiona su mensaje, Trump abre su mandíbula, extiende su cuerpo, alza el tono de voz, revienta Twitter y ahoga todas las demás voces. Quita la mirada, mira con aburrimiento y hasta hace muecas. Como un toro ofuscado, galopa por la mentira hasta que logra abrir el siguiente titular. Negar, negar, confundir y gritar.
Los tres pasos de la estrategia tienen además a su propia persona como centro de autoridad. “Yo construyo el mejor muro”, “yo sé que lo puedo hacer porque lo he hecho”, “yo no me voy a dejar”, “yo me hice rico solo”. Este lenguaje nunca concede crédito, nunca habla en términos de los otros ni de trabajo en equipo y además evita cualquier referencia a fuentes de conocimiento que no sean él mismo.
Por reflejo, su audiencia busca el conocimiento en sus propios prejuicios y reivindica la fragilidad y la parcialidad de la experiencia individual. Una experiencia que, como pasa con los niños pequeños, es distorsionada, desproporcionada y responde sobre todo a angustias fantasmagóricas tan terribles como falsas.