Desde el momento en que empecé a escribir este texto han pasado ya dos vendedores con megáfono. El primero tenía un jingle plagiado de la canción Oye traicionera de Pastor López. Mientras sonaba la melodía de fondo, una voz masculina de bazar gritaba que se vendía la chatarra: “háganos una seña, ese material es aprovechable, aluminio, baterías, calentadores…”. Se trata de una interrupción relativamente corta, como de cinco minutos, pero que, dependiendo del día, me puede sacar de mi foco entre 10 a 30 minutos. Cuando por fin estaba concentrándome de nuevo, pasó el segundo vendedor, también con megáfono, repitiendo, esta vez, que “se cooooompran libros, se cooooompran libros”.
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Quienes vivimos en Bogotá sabemos que estas ventas de megáfono son de todos los días. Para mí el peor es el de la mazamorra, quien, con melodía plagiada de Tu vuò fà l’americano de Renato Carosone, vocifera las distintas descripciones de esta bebida. Digo la peor porque, a diferencia de la que vende tamales, de los de la papayera, y del de las flores, el de la mazamorra se parquea con su carro y su megáfono un rato largo. En términos objetivos son quizá como 15 minutos. Para mí, una tortura que se sienten horas y de la que me tardo un rato en reponerme y volver a mis deberes.
Estas interrupciones y los focos de atención me recordaron el reciente episodio del podcast de Ezra Klein sobre la mente fragmentada. Klein introduce a su invitado afirmando que no siempre estamos en control de la atención. Nuestra atención, nos dice, es caprichosa. Por el contrario, prestar atención es más parecido a pasear un perro; a veces se tiene el control y a veces el perro tira para donde place según las distracciones que va encontrando en el camino. Y quizá es ese uno de los asuntos más cruciales: la atención está abierta al mundo que nos rodea. El quid, o mejor, el negocio de muchos, es cómo capturarla.
En el colegio nos dicen “presta atención”, o en inglés “paga atención”, la traducción literal de pay atention. Entre prestar y pagar estamos pensando en recursos escasos que debemos gastar con sabiduría. La preocupación sobre la atención hoy en día gira, sobre todo, alrededor del mundo digital en el que las plataformas tecnológicas van saturando nuestro entorno con distracciones constantes. Esta situación es inquietante sobre todo por los hábitos, formas de aprendizaje y la salud mental de los jóvenes. Industrias enteras se dedican a pensar cómo lanzar “huesos de pollo” que nosotros, como los perros, no somos capaces de ignorar.
El invitado del episodio, D. Graham Burnett, historiador de la ciencia, introduce un concepto interesante: la atención fracturada, fracked en inglés. El concepto viene del fracking: algo explotado de manera intensiva y agresiva similar a la fracturación hidráulica en la extracción del petróleo. Burnett explica cómo antes, como con el petróleo, de lo que se trataba era de capturar un gran pozo y ya, de ahí brotaba la atención. Hoy no existen esos grandes pozos. Por eso hay que inyectar una suerte de detergente, hacer que ebulla hasta la superficie, y luego comenzar a limpiar “la atención” de toda la mugre para extraer su valor comercial.
El mundo entero está padeciendo del fracking de la atención por culpa de la tecnología. En Colombia hay que agregarle además la normalización del ruido. Nos hemos acostumbrado a vivir interrumpidos por estruendos desmesurados. Sé que vendrán a decirme que la gente solo se gana la vida, que criticamos desde el privilegio. Pero al vendedor hay que sumarle la música a volumen desproporcionado en los establecimientos, la necesidad incontrolada de hablar duro en el transporte público, los televisores con programas matutinos a todo volumen en las salas de espera. El ruido en Colombia es un hábito, que se lleva nuestra atención. Y después nos preguntamos por qué somos de los que más horas trabajamos y de los que menos producimos.