Hace unos meses escribí una columna sobre la carga que tienen las mujeres en la “pensadera” del hogar. Hacía énfasis en que es la mujer quien se acuesta rumiando cómo organizar las tareas del hogar, mientras que su pareja sigue el plan pensado por ella. Hablaba también de cómo ese “desdén silencioso” que se esconde detrás de un par de acciones que demuestran “ayuda” es muy difícil de identificar y sobre todo de verbalizar. Después de escribir la columna, varias amigas me comentaron lo complejo que era negociar esta carga con sus parejas, pues la defensa de los hombres es casi siempre: “Dime qué quieres que haga y lo hago”. Y es difícil hacerles entender que lo que se está pidiendo es que piensen solos lo que hay que hacer.
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Hace unos meses escribí una columna sobre la carga que tienen las mujeres en la “pensadera” del hogar. Hacía énfasis en que es la mujer quien se acuesta rumiando cómo organizar las tareas del hogar, mientras que su pareja sigue el plan pensado por ella. Hablaba también de cómo ese “desdén silencioso” que se esconde detrás de un par de acciones que demuestran “ayuda” es muy difícil de identificar y sobre todo de verbalizar. Después de escribir la columna, varias amigas me comentaron lo complejo que era negociar esta carga con sus parejas, pues la defensa de los hombres es casi siempre: “Dime qué quieres que haga y lo hago”. Y es difícil hacerles entender que lo que se está pidiendo es que piensen solos lo que hay que hacer.
Justo hace unos días, leí en The New York Times una entrevista a Allison Daminger, candidata a doctorado en Sociología en la Universidad de Harvard. Allí Daminger cuenta los resultados de una investigación en la que estudió a 35 parejas para analizar la carga mental de la mujer o, como la llaman en sociología, la “labor cognitiva”. Lo que me pareció sugerente de este estudio es que Daminger divide la carga mental en cuatro partes: anticipar, identificar, decidir y monitorear. A partir de esto concluye que en dos categorías la mujer lleva del bulto: en anticipar y en monitorear.
La mujer es quien anticipa, quien prevé, por ejemplo, que los hijos necesitan matricularse en algún curso para el colegio, ir al médico o al odontólogo. Es también la que se da cuenta de que es hora de hacer mercado, de cambiar algún electrodoméstico o de pedir los uniformes y los útiles de los hijos. Curiosamente, la parte de toma de decisiones está bien distribuida. Entre los dos eligen el mejor curso o deciden qué se hace de comida. Pero ya estaba hecho el trabajo de pensar en las actividades de los niños y la alacena ya estaba surtida. La mujer ya había alistado el terreno.
Después de que la pareja se reúne y, ahí sí, en conjunto, identifica y decide qué hacer, el hombre “gerente” vuelve y abandona a la mujer y la deja sola haciendo monitoreo. ¿Está funcionando el curso? ¿Qué hay que llevar para el curso? ¿Les ha gustado el curso? ¿Les ha servido? ¿Han hecho amigos? ¿Por qué estará retrasado el transporte? Y esa tarea de monitoreo es permanente y extenuante. Estar “pendiente” todo el tiempo es agobiante. Entonces, cuando muy generosamente contestan: “Dime qué quieres que haga y lo hago”, pues bueno, ahí está: anticipar y monitorear.
El estudio de Daminger es importante no sólo porque da evidencia de una intuición que se tenía —a las mujeres les toca la “pensadera” en el hogar—, sino porque nombra e identifica qué parte de la “pensadera” está distribuida de manera desigual. A las mujeres se les está “yendo” desproporcionadamente el tiempo. Y el tiempo es fundamental porque ni se multiplica ni se recupera. Muchas mujeres en relaciones heterosexuales están dejando de vivir sus vidas, de desarrollar su interioridad, de adelantar sus deseos privados, de cultivar sus hobbies y de todo eso que las enriquece como individuos creativos, curiosos y pensantes porque la energía vital se les está yendo en toda la “pensadera hogareña”. Ojalá el lenguaje de Daminger ayude a negociar mejor y más en serio.