Hace dos días los medios circularon una carta de Santos a Uribe en la que el presidente invita al senador a buscar un acuerdo sobre la paz.
Como era de esperarse, Uribe rechazó el contenido de la carta afirmando que le parecía inútil “invitar al diálogo para notificar lo resuelto”. En redes sociales y medios se oyeron las mismas voces de siempre; unas apoyando el tono conciliador de la carta y otras pidiendo una “paz sin impunidad”. ¿Cuál era entonces el propósito de la carta?
Las cartas entre mandatarios que se hacen públicas son un recurso antiguo. Su propósito trasciende la mera comunicación privada y pasa a convertirse en una forma más de hacer declaraciones sobre algún tema de interés general. La respuesta se vuelve además parte de este proceso; en este caso, la reacción testaruda de Uribe hace parte del mensaje que tanto Santos como el expresidente quieren transmitir: que son de una sola pieza, que lo que sucede “en casa” es lo mismo que se ve de fuera.
En comunicación política, las narrativas que se crean alrededor de la vida cotidiana no son tontas y en su mayoría son efectivas. Desde que las redes sociales se volvieron parte esencial de la política, varios gobernantes han optado por el uso de Instagram para publicar imágenes de sí mismos en situaciones cotidianas. El objetivo es mostrar cercanía con la ciudadanía. Algunos recordarán las fotos de Obama con su perro en la casa blanca, de Peña Nieto viendo fútbol en la sala de su casa, y más recientemente de Trudeau bailando.
Este tipo de fotos son efectivas porque, al ser publicadas en una coyuntura adecuada, se conectan con aquellos ciudadanos que están alejados del Gobierno. El problema con la carta de Santos es que a estas alturas no hay un grupo de ciudadanos para conectarse. El tema de la paz tiene más polarizados que indecisos. Por eso su carta se parece más bien a la foto de Peñalosa parado de cabeza: la coyuntura no les ayuda, el mensaje no es efectivo, e incendia más de lo que ayuda.