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Se acerca el día de la consulta anticorrupción y siguen circulando audios y videos en su contra. Quienes se oponen la atacan como inoperante, costosa, la critican por ser propaganda política para quienes la promueven o le reprochan por promover un discurso que asume a cualquier político como corrupto. Quienes la defienden piensan que es un grito de inconformidad de la ciudadanía, y que, pese a sus fallas, no puede hacer mal y quizá sí un poco de bien.
Hay dos cosas que preocupan mucho de la evolución de la discusión sobre la consulta. La primera, la incompetencia de las personas a quienes les delegamos el poder legislativo. ¿Cómo es posible que varios miembros de un Senado que unánimemente aprobó la consulta estén ahora oponiéndose? ¿No podrían haber debatido su costo o su supuesta inconstitucionalidad antes de pasarla a votación? ¿En qué consiste su trabajo si no es en eso?
La segunda, la propia incompetencia de una ciudadanía que cada vez más renuncia a su poder deliberativo. La forma como se promovió y se criticó la consulta anticorrupción es el espejo de la falta de disciplina mental que se ha vuelto tendencia en Colombia. Es el reflejo de una ciudadanía que se obsesionó por las personalidades de la política y dejó de lado el debate político. ¿Qué tipo de colombiano hace “lo que diga Uribe” o se le opone solo “porque lo apoya Uribe”?
Está bien confiar en los líderes. Uno se toma en serio a la gente que considera seria. Pero no debe subyugar la propia opinión sobre políticas públicas a una obsesión compulsiva por sus políticos. La consulta ya está aprobada, la plata ya está gastada, los jurados ya están convocados, bien podemos ir a votar por ella, a favor o en contra, según lo logre decidir la facultad deliberativa de cada uno de nosotros.
