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López Obrador envió una carta al rey de España y al papa en donde les solicita que pidan perdón a los pueblos originarios por las violaciones a los derechos humanos durante la Conquista. La solicitud suscitó cientos de críticas por parte de historiadores que la consideran extemporánea, anacrónica o simplemente errada porque no todos los mexicanos vienen de los mexicas. Otros la defendieron como una forma de llevar a la sociedad a sanar reexaminando su historia.
Otro ángulo que vale la pena analizar es el propósito de la alocución desde la comunicación política. Culpar a otros de los problemas actuales se ha vuelto la estrategia y la regla de varios líderes contemporáneos. Para Trump, los problemas de EE. UU. son todos por causa de los chinos y los migrantes latinos. Uribe culpa al proceso de paz y al gobierno anterior de todo lo que está mal con el país. Para Bolsonaro es la izquierda la causante de la recesión económica actual. Y, en lugar de enfrentar los líos de sus países, entre culpa y culpa esconden su inacción.
Por fortuna, también hay lideresas como la neozelandesa Jacinda Ardern quien, después de la masacre en la mezquita, salió no solo a manifestar solidaridad, sino a anunciar medidas inmediatas para restringir las armas, para ofrecer ayuda económica a los sobrevivientes y para mejorar las agencias de inteligencia. En ningún momento culpó a los “otros” de un problema que es enteramente de la Nueva Zelanda de hoy. Ardern demostró que la acción política verdaderamente valiosa es una mezcla delicada del mensaje conjunto que envían las palabras y las acciones.
Los pueblos indígenas han sido maltratados por años, y en eso López Obrador tiene razón. También tiene razón en que hay que hablar de ese maltrato. Pero la respuesta inmediata, antes de culpar a otros, es precisamente anunciar medidas nacionales que solucionen los años de olvido y discriminación desde la oficina que se comanda. La lección también le sirve a Duque que hasta el sol de hoy no ha anunciado medidas concretas, más allá de reprimir las marchas, para garantizar los derechos de los indígenas, quienes siguen desamparados ante los grupos armados. Es hora de que Duque deje un poquito su obsesión con culpar al gobierno Santos y, en vez de objetar y objetar, construya y actúe.
