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La fuerza del “modelo Bukele”

Catalina Uribe Rincón

28 de julio de 2023 - 09:05 p. m.

Una rápida búsqueda en internet devela el horror de periodistas, ONG y hacedores de política por el modelo de seguridad de Bukele. Unos temen que el autoritarismo de El Salvador se extienda a Honduras y Nicaragua; otros, que se violen los mínimos humanos del tratamiento de reclusos, y otros, el daño de medidas que además de crueles son inefectivas. Los argumentos que ofrecen todas estas voces son tan sólidos como sensatos. Además, no hay duda de que arriesgamos perder nuestros valores democráticos, sin mencionar nuestra humanidad, cuando nos rebajamos a comportarnos como lo hacen los más viles criminales.

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Aun así, cometen una falta reiterativa todas estas voces al reducir las pretensiones más básicas de justicia a “populismo”. Sí, es verdad: si hay algo en lo que es diestra la política latinoamericana es en ganar la simpatía de la población con medidas que simplemente la perjudican. Pero en la discusión sobre la violencia, el daño y el crimen parece haber un abismo insalvable entre los expertos y el clamor popular. Un abismo que quizá tenga que ver con la turbulencia emotiva que suscita el daño —ese sufrimiento que quiere infligir quien sufre—, aunada con una transgresión profunda de los entendimientos más rudimentarios de justicia.

Ahora, en la distancia, sabemos que en el plebiscito por la paz fallamos no solo por las artimañas de la derecha, ni por la lluvia, ni por el “rayo homosexualizador”. También decidimos ignorar, tras décadas de daños, lo difícil que es para muchos colombianos ver guerrilleros absueltos y además en las sillas del Congreso. Conjuntamente nos obligamos a pensar con nitidez: mejor ahí que en la guerra, crecieron en situaciones difíciles, muchos quedaron atrapados, hay que frenar el daño a como dé lugar, qué ganamos con arrojarlos a la cárcel, tenemos que cerrar heridas, necesitamos construir un país diferente... y así. Por un lado y por el otro nos hicimos a la idea de la importancia de ceder. Nos aferramos como pudimos a la esperanza de frenar al menos en algo la violencia y valió la pena.

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Pero ahí está el punto: en todos estos esfuerzos se exige a la ciudadanía una cesión, un acto de clemencia y generosidad ante el criminal. Aunque nos duela, lo cierto es que lo contrario no es necesariamente mezquino. En Las leyes, de Platón, donde ya no está construyendo la ciudad ideal como en La república, la sanción para un asesinato involuntario es un exilio de 10 años. ¿Por qué si es un accidente? Según Platón, porque es muy difícil para los familiares y amigos del muerto convivir en cercanía y a diario con quien les ha causado tanto dolor. La falta de intención, aunque importante, no cierra la herida. Liberar “la polución” que se ocasionó requiere de tiempo y distancia.

El “modelo Bukele” está muy mal, pero no nos engañemos al subestimar la búsqueda de justicia ni perdamos la proporción de lo que estamos dispuestos a pedir. Una cosa es decir: “A esos jóvenes los reclutó forzadamente el ELN”, y otra muy distinta: “Tuvo una infancia difícil, ahora trafica mujeres”. Mucha gente ha tenido infancias difíciles y no creció para encarnar lo peor del hampa. Hay también un deber moral en resistir. La izquierda con sus “causas estructurales” y los liberales con sus “políticas integradas y mediciones de impacto” se están dejando arrebatar de la derecha la vocería del muy fundamental “no matarás, no esclavizarás, no extorsionarás y no violarás”. Estos crímenes desgarran el alma y tienden a suscitar una búsqueda muy primaria y visceral de venganza. Algo que los “ven te explico” están perdiendo de vista, mientras que la derecha hace poco más que esperar.

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