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La imagen de los niños

Catalina Uribe Rincón

17 de diciembre de 2022 - 12:30 a. m.

Recientemente hice parte de un proyecto editorial que aborda esfuerzos espontáneos de construcción de paz. Algunos de estos esfuerzos fueron registrados desde el lente del periodismo. De ahí que varios de los autores hayan incluido fotografías para narrar sus historias. El ensayo fotográfico de Salym Fayad, por ejemplo, presenta imágenes de espacios culturales, artísticos y deportivos en algunos países de África subsahariana para mostrar cómo las propias comunidades forjaron lugares seguros dentro de contextos hostiles. Algunas imágenes tenían menores de edad participando entre multitudes de algún evento musical o deportivo al aire libre. Excelentes fotografías.

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Sin embargo, la legislación colombiana es estricta y para evitar cualquier lío legal es necesario pedir autorización de los padres de los niños o difuminar la cara. La primera opción era para nosotros imposible. Las fotografías se hicieron hace más de tres años en un contexto de multitud espontánea y sería un milagro encontrar incluso a los adultos registrados en la imagen. La segunda opción, borrar las caras, le quitaría todo el relato a la foto. Eliminar los rostros y las expresiones de alegría destruiría la tesis del ensayo fotográfico. No hubo forma y varias fotos no pudieron utilizarse.

No quiero entrar a discutir las razones por las cuales llegamos a estas restricciones. Sin embargo, admito que me causó indignación que mientras estaba siendo prohibido un ensayo periodístico y académico con un registro marginal de algunos menores de edad, mis redes sociales estaban infestadas de niños. Niños que además no conozco y que aparecen rutinariamente en contextos mucho más íntimos. Niños incómodos con la cámara, pero resignados a hacer un performance para quien los filma. Sí, niños de hoy en día, que están acostumbrados a tener encima el lente obsesivo y caprichoso de sus padres desde el día en el que nacen.

Y es esto lo curioso del asunto. Mientras las legislaciones públicas de nuestros Estados hacen alarde de su importancia, en realidad las que dan norte son las legislaciones privadas de Silicon Valley. De ahí la disonancia: controlamos obsesivamente la publicación editorial de imágenes de niños dentro de una multitud, pero vivimos con una multitud de imágenes de niños circulando frenéticamente por WhatsApp, Instagram, Facebook, et al. Niños chistosos, niños tímidos, niños comiendo, niños con perro, niños con panza, niños en pijama, niños en piscina, niños y más niños con filtros y sin filtros.

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Es urgente revisar tanto la legislación sobre la publicación de imágenes de niños, como el uso y abuso de las imágenes de niños en redes sociales. Lo primero, pues no puede ser que en lo institucional, académico, periodístico las imágenes de los niños estén desapareciendo. A este paso, vamos a construir un registro histórico con neblina e infancia borrada. Por otro lado, tenemos que discutir el exceso grotesco de los padres que buscan darse visibilidad y reconocimiento como adultos a través de las imágenes de sus hijos. Los niños son miembros de la sociedad y deben estar en el discurso público. Algo que es muy diferente a relegarlos al branding que hacen de ellos sus padres.

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