El concepto de “la mayoría silenciosa” lo popularizó Nixon durante un discurso televisado el 3 de noviembre de 1969: “Así que esta noche, a ustedes, la gran mayoría silenciosa de mis compatriotas estadounidenses, les pido su apoyo”. Nixon estaba dirigiéndose a ese grupo que no se unió a las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam. El concepto consolidó su connotación. Hoy en día cuando se habla de la mayoría silenciosa se entiende que hace referencia a un grupo de personas que son mayoría pero no se manifiestan en público o no tienen la misma voz en los medios o en la discusión nacional. La mayoría silenciosa se contrapondría así a una supuesta minoría ruidosa.
El concepto vino a mi mente durante la semana cuando el discurso público se inundó de “mayorías”. En Twitter se leía una y otra vez sobre “la marcha de la mayoría”, insistiendo en que eran más los que se oponen a Petro que los que salieron a defender sus reformas. Los petristas, a su vez, respondieron hablando de “las mayorías de Colombia que eligieron el cambio”, haciendo énfasis en el apoyo al Gobierno de turno. También hubo quienes desafiaron la idea de que la mayoría era quien estaba marchando: “Las minorías (autodenominadas mayorías) salen para proteger sus privilegios”.
Lo interesante cuando se habla de “la mayoría”, como ocurrió en el caso de Nixon, es que se precisa una identidad entre esa audiencia que se asume como la mayoría. El escritor William Safire explica este fenómeno definiéndolo como “ignorancia pluralista”. Para Safire, la ignorancia pluralista es la forma en que los conductistas describen una situación en la que los miembros de una mayoría no saben que son mayoría. Nixon, añade, disipó la ignorancia pluralista y le dio a la mayoría tanto su identidad como una nueva confianza.
La profesora de retórica Karlyn Kohrs Campbell da dos significados para la identificación construida por Nixon: se refiere tanto a lo que los miembros de un grupo comparten, como a lo que los diferencia de los otros. Para Campbell, “Nixon no solo creó a «la gente» como una identidad positiva y unificada, «la gran mayoría silenciosa», sino que también caracterizó vívidamente a los disidentes al crear un alter ego repulsivo de repugnantes Otros”. Así, esa nueva mayoría se empezó a identificar en contraposición a lo que veía como reprochable: los drogadictos, la contracultura, los hippies, los gais.
El caso de Nixon demostró cómo un recurso retórico fue capaz de reversar lo que era una gran protesta legítima contra el despropósito de la guerra de Vietnam. Los enemigos eran ahora los manifestantes, “la minoría” o cualquier grupo que no se alineara con los intereses del Estado. El gran peligro con estos discursos sobre identificación es que, como lo argumenta Kenneth Burke, las políticas que defiende un gobierno se vuelven indistinguibles del líder que las propone: “La relación entre líder y seguidores se vuelve íntima”. Y la mutua proyección genera todo tipo de vínculos que se asumen como personales.
En Colombia, para el Gobierno, la mayoría es la voluntad popular que le dio un supuesto cheque en blanco al cambio. Para la oposición, hay una nueva mayoría que no comulga con nada que pueda salir de este Gobierno. Para parte y parte, los que protestan no son más que una distracción ruidosa de la “verdadera” mayoría, esa que no se ve, pero que igual señalan. El problema de seguir reforzando esa identificación es que como no se puede constatar, tampoco se puede desmentir. Mi dios, tu dios, mi mayoría y la tuya.