Una de las particularidades latinoamericanas es la mediatización de su política. Este término alude al proceso por el cual los actores políticos disponen de los medios y sus dinámicas. Si bien esto ocurre en la mayoría de los países, es notable, como lo resalta Silvio Waisbord, que en Latinoamérica los políticos se han esforzado más que en otras latitudes por entender la “lógica de los medios” para obtener y mantener su poder. Nuestros políticos, ahí sí juiciosos, estudian las formas en que los medios se comportan y utilizan ese aprendizaje para su beneficio.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Pensemos en estrategias específicas. Por ejemplo, en Colombia es habitual escenificar pseudoeventos con el fin de forzar episodios noticiosos. Recordemos cuando Petro viajó hasta la Sierra Nevada de Santa Marta para asumir la Presidencia ante la comunidad indígena arhuaca antes de hacer la posesión protocolaria. El pseudoevento sentó agenda y envió una imagen de Petro como mandatario respetuoso e incluyente. Otros ejemplos: Uribe lanzándose de un tobogán o Santos en pijama mostrando las viviendas entregadas en Valledupar. La idea (fallida en el segundo caso) era poner a los medios a mostrar presidentes “de lavar y planchar”.
Otra estrategia es tomarse la transmisión de un medio oficial que genere referencias en los demás medios. Pensemos en Aló, presidente de Chávez, los consejos comunales de Uribe o Prevención y acción de Duque. Estos programas daban visibilidad directa y creaban episodios noticiosos que se replicaban en la discusión pública. A lo anterior se le conoce también con el término “política como espectáculo”. Y bueno, ya sabemos, les resultó más a Chávez y a Uribe que a Duque.
En los últimos años la mediatización de la política ha estado marcada por el uso de redes sociales. Para nadie es extraño ver a los políticos gobernando por Twitter. Petro ha despedido con tuits y con tuits también ha discutido con Bukele. Esta forma de aproximarse a la ciudadanía de una manera más directa y cercana se asemeja a la de estrellas, quienes dejan ver sus movimientos privados para intimar con su audiencia. Es el tradicional espectáculo en renovado.
Pero la distancia (o, mejor, la falta de distancia) no es lo único que ha cambiado. También se han acortado los tiempos. Antes los políticos sabían que el cierre de la edición dominical de un periódico era un viernes y tomaban decisiones a última hora para evitar el escándalo mediático inmediato. Hoy las redes permiten jugar más con el rumor. Es más fácil botar un mensaje, esperar a los cientos de “me gusta” y después corregir ambiguamente.
Miremos lo que ha hecho, por ejemplo, Uribe con el caso Coronell. Primero lanzó el rumor de que el periodista era narcotraficante. Después, cuando se vio amenazado por la justicia, acudió a Lakoff con su juego de “no pienses en un elefante”. Por Twitter también escribió: “Daniel Coronell (…) NO es narcotraficante”. Otra vez la asociación entre Coronell y el narcotráfico llega a la audiencia. El proceso ha mutado. En lugar de jugar con los ciclos de noticias, ahora se juega con la corta atención de la audiencia para afianzar o reescribir narrativas.