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La obsesión por el salario de los otros

Catalina Uribe Rincón

21 de octubre de 2015 - 09:00 p. m.

Entre todas las cifras que han sacado los medios en tiempos de elecciones, hubo una que me llamó la atención: el sueldo que se ganarán los políticos según rangos, departamentos y municipios.

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 Como en ninguno había un análisis sobre por qué nos decían los sueldos, supuse que la intención era que sacáramos nuestras propias conclusiones. La primera que se me ocurrió es que con esos salarios no cubren el costo de las campañas, pero no necesitamos los salarios desagregados para saber eso. ¿Por qué, entonces, los queremos ver uno a uno?

El Manual de Urbanidad de Carreño se escribió hace un siglo con el propósito de explicitar ciertas reglas de comportamiento en sociedad. “Levantarse en la noche a satisfacer necesidades corporales es altamente reprobable”, dice, por ejemplo, una de sus normas. Y aunque dichas reglas nos parecen absurdas, hay muchas otras que rigen nuestra cultura. De hecho, hay una muy colombiana que tiene que ver con el tabú de preguntar y discutir los salarios, propios y ajenos, en público. Cuánto se gana la gente es algo que normalmente ni se pregunta ni se comenta.

¿Por qué hemos pasado a la oscuridad algo tan común como el ingreso? A menos de que consideremos que la plata que ganamos no es merecida, no debe ser motivo de vergüenza recibir un salario a cambio de un trabajo. Más aún cuando el salario, en principio, es un diferencial que nos premia por nuestros resultados. ¿Será que seguimos viviendo en una lógica de vasallaje en donde el salario depende del juicio del rey y refleja la actitud servil del empleado?

Puede que me esté equivocando y el tabú por el dinero sea simplemente algo interno a la curiosidad, no una práctica que valga la pena revaluar. De cualquier forma, y porque pagamos nuestro impuestos con esfuerzo, nos conviene tener un ojo sobre los bolsillos de nuestros políticos. Incluso, si no es en los salarios donde ellos encuentran su negocio.

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