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La oficina

Catalina Uribe Rincón

13 de noviembre de 2021 - 12:30 a. m.

A medida que se resume la vida presencial vuelve también la oficina. ¿Cómo no? La oficina es el eje de la vida moderna. Como escribe jocosamente la periodista británica Lucy Kellaway en un artículo sobre sus orígenes: “Los egipcios tenían sus pirámides, los romanos tenían sus acueductos, los victorianos tenían sus ferrocarriles. Lo que tenemos nosotros son cajas gigantes de vidrio y acero con escritorios, pizarras blancas y enfriadores de agua”. Pero las oficinas se desocuparon durante la pandemia y tras más de 18 meses de trabajo en casa no está siendo fácil llevar de nuevo a los trabajadores a sus puestos. Las razones son distintas según las empresas, pero lo que parece ser una constante es que quienes dirigen quieren regresar; los que son dirigidos, no tanto.

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Como lo recoge The Economist en una encuesta publicada el pasado octubre, el 75 % de los altos ejecutivos quieren regresar a la oficina tres días a la semana o más, en comparación con solo el 34 % de los no ejecutivos. La revista británica recoge también el testimonio de empleados de Apple que le enviaron una carta a Tim Cook, director ejecutivo de la empresa, en donde le manifestaron sentir una desconexión entre lo que piensa el equipo directivo sobre el trabajo remoto y la experiencia real de los trabajadores. The Economist presenta tres posibles explicaciones al fenómeno, entre ellas una benevolente, una inconsciente y otra cínica.

La explicación benevolente sugiere que, en general, los ejecutivos valoran la presencialidad porque argumentan que en la oficina los trabajadores se aíslan menos, son menos reticentes a hacer nuevos vínculos y tienen más facilidad para generar espacios creativos que en la virtualidad. Quizá haya algo de razón, pero las bondades también pueden estar sobrevaloradas. Al final del día, como lo dice la revista, no todos los días se hacen nuevas conexiones en la oficina física y la creatividad no es algo que se pueda forzar. Pero ahí viene la explicación del sesgo inconsciente: los ejecutivos tienden a valorar el modelo que los hizo exitosos porque les ha funcionado. La inercia es conservar los caminos probados.

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La explicación cínica es que a los ejecutivos les gusta el estatus que confiere el cargo. Ocupan las oficinas más grandes y con mejor vista. Cuando caminan las personas los miran. Cuando se sientan en las salas de reuniones, se sientan en la cabecera. En Zoom, en cambio, los cuadrados son iguales y la horizontalidad es indiscutible: todos deben silenciar sus micrófonos cuando alguien más habla. El golpe al ego debe ser, para algunos, significativo. Y también el golpe al control. Por algo, a principios del siglo XX, la arquitectura física adoptó un diseño rígido en el que los trabajadores estaban alineados en filas larguísimas de escritorios y los gerentes se ubicaban alrededor en oficinas, lo que les permitía monitorear a los trabajadores.

Como cualquier fenómeno social, las razones seguro serán múltiples. Pero, dado el forzoso experimento social al que nos sometimos, lo ideal sería, para que no todo haya sido en vano, continuar con lo mejor de la virtualidad y lo mejor de la presencialidad. Lo difícil es que quienes al final del día más influirán en las decisiones están sesgados a continuar con lo viejo y no a experimentar con lo nuevo.

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