Es difícil explicar a algún extranjero los motivos por los cuales estamos divididos frente al acuerdo de paz.
Después del decepcionante plebiscito que evidenció la polarización nacional, varios han salido a explicar los factores que influyeron en el resultado. Se habló, entre otros, de la batalla de egos, la influencia de grupos cristianos y hasta del abstencionismo —aunque, la verdad, no me queda claro que el resultado fuese distinto si el 100 % de los colombianos hubiera votado—.
De todos los análisis me llamó la atención en particular la constante repetición de la palabra “deliberación” —palabra, por cierto, nada ajena al gobierno de Santos—. Deliberación entre los del Sí y los del No, deliberación entre Uribe y Santos, deliberación con los líderes guerrilleros, deliberación y más deliberación. Nos enfrascamos entonces en esa deliberación tan característica de nuestra cultura, esa que convierte a este “país de abogados” en una democracia que delibera y delibera hacia delante y hacia atrás, que echa culpas y alega, pero que le cuesta cumplir y construir.
Mientras escribo esto no sé cómo finalizará el encuentro entre Santos y Uribe. Y, aunque hago fuerza para que el resultado sea positivo, no dejo de desconfiar de ellos. Es inconcebible que un presidente lidere un plebiscito sin llevarlo a buen término o, por lo menos, sin tener un plan B contundente, así como es aún más reprochable que un senador se oponga a un acuerdo de paz sin tener alternativas viables. Y ahora, otra vez, estamos en el limbo de la deliberación eterna. Otra vez, en medio de la incertidumbre, en encuentros y discusiones.
En Colombia vivimos acostumbrados a no tratar la negligencia como una falta moral. Valoramos a nuestros políticos por su berraquera y tenacidad para afrontar ciertos temas, pero nos conformamos con su incompetencia. Nuestros congresistas más votados son casi siempre los más contestatarios y articulados, pero se quedan siempre en la deliberación sin resultados. El esfuerzo no es suficiente cuando se trata del futuro de una nación. Nuestro presidente y la Unidad Nacional nos deben la paz que nos prometieron. Y ahora, porque quiso meterse como fuera, nuestro expresidente también está en deuda.