Esta semana circuló en redes un video del Congreso en el que se muestra el momento exacto cuando se hunde el proyecto que buscaba prohibir las corridas de toros. Como si se tratara de un juego de lucha libre o del tercio de la muerte en la lidia, varios representantes saltaron y gritaron para celebrar el fracaso del proyecto. La escena tenía tintes grotescos, por decir lo mínimo. Sentí desagrado al ver a congresistas aplaudir, chiflar y gritar mientras filmaban con celulares en alto y les hacían gestos de victoria a quienes abogaban por los derechos de los animales.
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Mi reproche no es por la celebración. Puedo imaginar momentos históricos como la aprobación del voto femenino cuando el cambio significó una emoción tal que debió haber sido muy difícil de contener. Mi descontento es sobre todo por la forma en la que nuestro Congreso expresó su emoción. Por ejemplo, el congresista Miguel Polo Polo gritó a los cuatro vientos: “Ganamos. Ganamos. Qué rico, hijueputa, le ganamos a la izquierda”. Su intervención no fue aislada, sino que se anudó a un coro de gritos e insultos. El comportamiento de los “honorables” representantes me recordó el ensayo El Derby de Kentucky es decadente y depravado, del periodista Hunter S. Thompson . En su ensayo, Thompson habla de las audiencias como delirantes y cabreadas, de una energía hostil centrada sólo alrededor de la victoria.
Las carreras de caballos del Derby duran dos minutos, más o menos lo que se demoran nuestros congresistas en votar y aprobar informes de conciliación, como ocurrió hace unos días con la paz total. El problema, sobra decir, no son los procedimientos ni la rapidez. Lo que preocupa es que la sustancia toma poco esfuerzo y el foco se queda en el circo de los ganadores y perdedores, incluso cuando es con mejores maneras. Por ejemplo, en el contexto del impuesto a las iglesias, RCN acusó al Gobierno de estar cediendo en la tributaria. Petro respondió: “Ni lo propusimos ni lo tumbamos”. ¿En serio? ¿El asunto es quién lo propuso o quién ganó? ¿Muy absurdo discutir la sensatez de la propuesta?
Para una clase reciente volví a ver la charla del profesor Michael Sandel sobre la pérdida del arte de debatir. Sandel discute algunos casos como la aprobación del matrimonio igualitario o la decisión de la Corte Suprema estadounidense de permitirle al jugador de golf Casey Martin, quien tiene una discapacidad, moverse en un carrito durante los torneos. La charla no buscaba llegar a consensos sobre temas de interés público, sino pensar cómo tomar juntos mejores decisiones. Lo interesante no es solo su teoría y explicación sobre la justicia, sino también la forma en la que dialoga con la audiencia incorporando argumentos y puntos de vista con generosidad. El objetivo no es “ganar o perder”, sino pensar a través del debate colectivo qué es lo más prudente, justo y equitativo para los casos en cuestión.
La vulgar celebración de quienes estaban en contra de los derechos de los animales no me sorprendió. Las corridas de toros y peleas de gallos se asemejan a la decadencia que narra Hunter del Derby de Kentucky. Sin embargo, aunque más violenta, la celebración de la que fuimos testigos no es atípica en nuestra política. Por el contrario, es una continuación de lo pobre que es nuestro debate democrático. Incluso el presidente Petro, que es elocuente y pulcro al hablar, tiene un gusto particular por chuzar, provocar y “ganar”. De ahí sus desatinos en comunicación y su incapacidad, hasta hoy, de convencer al país de que su liderazgo es ponderado y prudente. El país pierde cuando lo tratan como un Derby. Nuestro destino no es un juego ni una apuesta.
