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La privacidad de los niños en la red

Catalina Uribe Rincón

06 de diciembre de 2019 - 09:07 a. m.

Hace unos días se hizo viral un viejo video en el que Mateo García, un niño de seis años, llora porque le llamaron la atención en el colegio. Las imágenes muestran a su madre preocupada reclamándole por estar siempre atrasado en sus deberes. Mateo, en medio de sollozos, lanza la icónica frase que le daría vuelta a las redes sociales: “Igual el colegio no fue inventado por Dios, fue por un señor loco que ni siquiera pensaba qué hacer con los niños”. Los comentarios al video fueron infinitos. Los internautas simpatizaron, se rieron y hasta lloraron con el niño. Algunos se preocuparon por el posible matoneo que estaría sufriendo, y otros fueron más allá y analizaron los problemas que aquejan el sistema educativo.

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Sin embargo, fueron pocos los que reflexionaron sobre cómo la circulación del video podría llegar a afectar la presente y futura identidad del niño. ¿Quiere Mateo pasar a la historia como el niño del video sobre el colegio inventado por un señor loco? ¿Afecta la circulación del video la forma en la que Mateo es ahora percibido por sus compañeros de colegio? ¿Qué pasará cuando en unos años Mateo quiera desaparecer el video de la red?

Como sociedad somos muy conscientes de que a los niños hay que protegerlos. Hay normas que prohíben la publicación de imágenes que muestren el rostro de menores de edad y por ello los medios de comunicación hacen el esfuerzo de difuminar sus caras. ¿Pero qué pasa cuando la historia ya no es publicada en medios de comunicación sino en redes sociales? Y más aún, ¿qué hacer cuando son los mismos padres quienes se la pasan divulgando información sobre sus hijos?

La filósofa Agnes Callard hizo un reciente análisis sobre los costos de tuitear acerca de sus hijos. Callard empieza narrando una pelea familiar que ocurrió un día yendo al supermercado y que concluyó con su pequeño hijo gritando con rabia: “¡Todo es culpa de Dios!”. Lo primero que pensó la filósofa fue en tuitear la genial y divertida historia. Pero enseguida cayó en la cuenta de que publicar una anécdota de la rabia de su hijo para suscitar ternura entre desconocidos no era justo. Uno de sus pequeños ya le había cuestionado la conducta indigna con la que manejaba su Twitter, y ella misma tiene una preocupación personal sobre la pérdida de control que genera la publicación de datos en la red. De hecho, para escribir su análisis, la filósofa hace la salvedad de que pidió autorización explícita a sus hijos menores de edad para publicar la historia y así no violarles ningún derecho.

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¿Deberían entonces los padres tener autorización de sus hijos para publicar información sobre ellos? Tal vez sí. Ahora que empiezan las fiestas navideñas, vale la pena recordar que todo lo que se publica en redes tiene el riesgo de volverse viral, que es cada vez más fácil perder el control de la información que circula, y que los padres son guardianes y no dueños de sus hijos. Cada vez que publicamos información personal estamos, como diría Callard, arrojando nuestra identidad a redes interpretativas de extraños que no tienen ningún tipo de vínculo ni acuerdo legal con nosotros. En otras palabras, gente en la que no siempre podemos confiar.

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