Quienes crecimos antes de la pasada década vimos a pocas mujeres heroínas y más bien a muchas villanas. O, lo que es peor, a villanas semiinvisibilizadas. Mujeres para quienes existía un claro discurso mediático sobre su “maldad”, pero poca representación que les diera agencia en películas u otros formatos de cultura popular. En los últimos años esto ha cambiado. El cambio no solo pone en pantallas a las mujeres villanas, sino que las reivindica ante la retórica que existía sobre su supuesta maldad. Por poner un ejemplo, la película I, Tonya, dirigida por Craig Gillespie, complejizó la historia de la patinadora Tonya Harding, cuyo imaginario había sido reducido al de la envidiosa mujer de clase baja que rompió las piernas de su contrincante. Sin librarla de toda culpa, vimos más culpas y la vimos también por fuera del reductor juicio moral.
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En una reciente columna, la profesora de periodismo Jessica Bennett recogió varias historias de mujeres enmarcadas dentro de lo que ella llama “tramas de redención”. Estas tramas apuntan precisamente a historias como la de Tonya Harding. Mujeres, en su mayoría blancas, a quienes se les ha hecho una revisión de su historia para complejizar su pasado y quitarles el estigma de villanas. Entre estas historias está el documental Framing Britney Spears, dirigido por Samantha Stark, que muestra la forma cruel en que el padre de la cantante se adueñó de su dinero. También está Impeachment, de la serie American Crime Story, que habla sobre la famosa infidelidad de Bill Clinton y Monica Lewinsky desde la mirada de las mujeres involucradas.
Tanto el documental como la serie buscan reivindicar a las mujeres tratando de repensar las narrativas simples y acusatorias que se habían construido sobre ellas. Historias que las señalaban de malas madres, drogadictas, inestables, locas o inmorales. Discursos además enmarcados en la sexualización de Spears y Lewinsky. Sin embargo, como lo sugiere Bennett, estas historias de redención no redimen del todo, en especial no a las mujeres involucradas. Después del lanzamiento del documental, Spears señaló que se sentía “avergonzada” y Lewinsky confesó que hubiera preferido que la serie sobre ella nunca hubiese existido.
El punto de Bennett es cuestionar cómo estas “reexaminaciones” terminan por perpetuar la narrativa que se quería complejizar. Terminan por crear un “performance de redención” desde una mirada que se beneficia de la historia y en la que se pierden las mujeres como eje central. El punto, según la periodista, es que nos sentimos bien porque Lewinsky es ahora una mujer exitosa, “empoderada”, que es la palabra de moda, pero aún podemos mirarla en esa posición sexual mostrándole la tanga al presidente de Estados Unidos. Complejizar no es refundar, no es rescatar.
En Colombia estamos todavía muy atrasados en tramas de redención de mujeres. Es más, seguimos atascados en el proceso inverso. Aún estamos en una etapa que busca denunciar villanos que la cultura popular ha endiosado al estilo de Pablo Escobar o Diomedes Díaz. Personajes que son admirados desde los valores patriarcales que reproducen y por ello hay que mostrar ese lado cruel. Seguimos con una mirada masculina, tosca y burda sobre nosotros mismos. Y son pocas las mujeres villanas no sólo que se redimen, sino siquiera que se mencionan. Hasta ahora estamos resistiendo el impulso a invisibilizar a las “villanas” y lejos de redimirlas. Pero si nos llega el momento, recordemos preguntarles a las protagonistas de su propia vida qué es lo que piensan y qué es lo que quieren.
