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La página de la Policía tiene una sección dedicada al Esmad. Entré porque quería ver de qué se compone ese uniforme robótico que impide la movilidad e invita a la agresión. La primera foto muestra a un agente vistiendo únicamente el overol fabricado en tela antillamas. El joven patrullero mira de frente a la cámara como un adolescente incómodo posando para el anuario. La foto produce simpatía y nos hace olvidar que se trata de un Esmad. Con ese gesto y ese uniforme, bien podría tratarse de un trabajador de fábrica, un ingeniero de obra o algún especialista que requiera de una capa de protección adicional.
En la siguiente foto aparece de nuevo el patrullero. Aquí ya luce todos los protectores y accesorios que vienen encima del overol: las hombreras, rodilleras, prendas antibalas, braga anticorte, escudo blindado y casco. Aunque su rostro está descubierto, me tomó un tiempo reconocer que el joven de la primera foto era el mismo de la segunda. Tuve que ir varias veces hacia adelante y hacia atrás en el computador para identificarlo. Sólo el uniforme hizo de un joven incómodo ante la cámara un agente peligroso. El lenguaje de su vestido lo hizo agresivo a mi mirada. O acaso ¿qué otra intención tendría el diseño de tal vestuario que no fuera la de hacerme daño?
La retórica visual es más persuasiva de lo que creemos. La forma como caminan los cuerpos de defensa, como se paran, organizan y hablan suscita alerta mucho antes que reflexión. En una suerte de reflejo primario, a unos les urge huir y a otros atacar. En últimas, como sucede con los robos, nadie sabe cómo va a reaccionar antes de que le toque y es por esto por lo que muchos países han introducido protocolos para evitar escalamientos. Existen ya algunos manuales en donde los agentes se deben identificar con un chaleco, ir ligeramente armados y, en vez de actuar como una falange espartana, formar círculos concéntricos desde el centro de la manifestación para cuidar a la población civil mientras marcha con ella.
Es muy riesgoso acusar a una multitud de desquiciada. Pocas cosas suscitan más ira que la estigmatización. Y cuando el Esmad es el primer recurso —y no, como debería, el último—, hace con su mera presencia su imputación. Nos dice: “Acá está la línea, multitud desquiciada, y nosotros estamos al otro lado de la línea, armados hasta los dientes”. Pero muy pocos fenómenos políticos deberían ponernos en dos bandos nítidamente divididos. Muy pocas cosas deberían hacer de ese patrullero de la foto una suerte de máquina de coerción. Algo se arriesga en el corazón de alguien que se dedica a reprimir. Y algo se daña en nosotros cuando nos vemos obligados a dividirnos frente a aquellos que cargan las armas de la nación.
