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Después de la tusa por el triste resultado del plebiscito, llegó una tusa peor: la de saber los engaños de los que se valió la campaña del No para ganar. Los mensajes amenazantes que aludieron a un supuesto recorte en las pensiones, al triunfo del castrochavismo o a la conquista de la ideología de género, nos dejaron a muchos con ese sinsabor que producen las artimañas y la publicidad engañosa. Pero ¿de qué tipo de engaño estamos hablando?
El asunto del engaño a la ciudadanía ha sido estudiado por siglos. Mientras unos todavía creen en el argumento elitista de la cultura de masas, que acusa al pueblo de ser una multitud inherentemente ignorante y crédula, otros piensan que la gente siempre sabe lo que quiere y es consciente de lo que elige. La reciente campaña del Gobierno contra las mentiras del No se basó en la primera suposición. Se ha tendido a sugerir que muchos de los votantes por el No en efecto se creyeron esas mentiras y eligieron basados en el error.
Lo triste es que después de oír las razones de varios electores del No, me di cuenta de que la tusa del engaño no es muy distinta de la tusa del plebiscito: la gente votó más que consciente de lo que se venía. La desolación no es entonces por creer que sin esas mentiras el resultado hubiera sido distinto, sino por los mismos motivos del inicio: muchos colombianos están dispuestos a dejar a poblaciones enteras con la incertidumbre indefinida de la guerra.
Un ilustrado dijo alguna vez que cuando el tirano quiere someter al pueblo a su voluntad, cuenta entre sus medios con los prejuicios de sus víctimas. Lo importante es entender que estos prejuicios no son engaños y van en la misma línea de lo que se desea. La mente de quien entierra un acuerdo de paz porque cree que los homosexuales se van a tomar el poder no es muy distinta de la que prefiere ver a Timochenko asesinando que en el Congreso. Si queremos superar la tusa, debemos empezar por asumir una triste realidad: la gente no es estúpida, es malvada.
