El pasado martes la exministra de comunicaciones Noemí Sanín rindió declaración ante la Fiscalía por sus actuaciones durante la toma del Palacio de Justicia.
Hace unas semanas, cuando se cumplieron 30 años de esta masacre, Sanín se reafirmó frente a este tema: “Me preguntan si voy a pedir perdón. Sin soberbia alguna, ratifico que no. ¿Por qué no pido perdón? Porque una y otra vez analizo mi conducta y no encuentro en mi memoria, ni en los más profundos y exigentes resquicios de mi conciencia, y menos en mi razón, motivo alguno para hacerlo”.
Para entender la “sin soberbia” de la exministra traté de examinar otros casos que involucraran disculpas públicas. “Yo engañé a la gente, incluida mi esposa. Me arrepiento profundamente”, fueron las palabras de Bill Clinton en televisión después de haber negado por meses su infidelidad con Monica Lewinsky. Unos años antes Ronald Reagan se disculpó por haber intercambiado armas por rehenes y además negarlo: “Asumo la completa responsabilidad de mis acciones… yo soy quien debe responder a los ciudadanos americanos”. Algunos otros recordarán también que en el 2000 el papa Juan Pablo II acudió al Muro de los Lamentos a pedir perdón por los sufrimientos provocados a los judíos por parte de los cristianos.
¿Qué hace que desde Reagan hasta el papa hayan sido capaces de disculparse y Noemí se empeñe en no hacerlo? ¿Será que los resquicios de sus conciencias son más asequibles? La respuesta es sencilla: ellos entendieron su papel como figuras públicas y Sanín no. Pedir perdón no sólo es necesario para la memoria histórica, sino para la reconstrucción del discurso de una nación. En un país como Colombia las disculpas de Clinton serían irrelevantes pues un lío de sábanas no puede desvelarnos menos. Pero cuando se trata de un país con una de las peores calificaciones en libertad de expresión la cosa cambia. No es sólo por las víctimas del Palacio; es por casos como el asesinato de la periodista Flor Alba Núñez que Noemí nos sigue debiendo esas disculpas. Tenemos suficientes motivos para ser sensibles en este tema.
El pasado martes la exministra de comunicaciones Noemí Sanín rindió declaración ante la Fiscalía por sus actuaciones durante la toma del Palacio de Justicia.
Hace unas semanas, cuando se cumplieron 30 años de esta masacre, Sanín se reafirmó frente a este tema: “Me preguntan si voy a pedir perdón. Sin soberbia alguna, ratifico que no. ¿Por qué no pido perdón? Porque una y otra vez analizo mi conducta y no encuentro en mi memoria, ni en los más profundos y exigentes resquicios de mi conciencia, y menos en mi razón, motivo alguno para hacerlo”.
Para entender la “sin soberbia” de la exministra traté de examinar otros casos que involucraran disculpas públicas. “Yo engañé a la gente, incluida mi esposa. Me arrepiento profundamente”, fueron las palabras de Bill Clinton en televisión después de haber negado por meses su infidelidad con Monica Lewinsky. Unos años antes Ronald Reagan se disculpó por haber intercambiado armas por rehenes y además negarlo: “Asumo la completa responsabilidad de mis acciones… yo soy quien debe responder a los ciudadanos americanos”. Algunos otros recordarán también que en el 2000 el papa Juan Pablo II acudió al Muro de los Lamentos a pedir perdón por los sufrimientos provocados a los judíos por parte de los cristianos.
¿Qué hace que desde Reagan hasta el papa hayan sido capaces de disculparse y Noemí se empeñe en no hacerlo? ¿Será que los resquicios de sus conciencias son más asequibles? La respuesta es sencilla: ellos entendieron su papel como figuras públicas y Sanín no. Pedir perdón no sólo es necesario para la memoria histórica, sino para la reconstrucción del discurso de una nación. En un país como Colombia las disculpas de Clinton serían irrelevantes pues un lío de sábanas no puede desvelarnos menos. Pero cuando se trata de un país con una de las peores calificaciones en libertad de expresión la cosa cambia. No es sólo por las víctimas del Palacio; es por casos como el asesinato de la periodista Flor Alba Núñez que Noemí nos sigue debiendo esas disculpas. Tenemos suficientes motivos para ser sensibles en este tema.