Las élites

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Catalina Uribe Rincón
15 de marzo de 2018 - 05:55 a. m.
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La temporada electoral ha traído discursos interesantes, pero también palabras que empiezan a agotarse por el maltrato semántico que se les da. Por ejemplo, acusar a un candidato de “populista” solo porque se dirige y representa los intereses del pueblo “puro” está ya tan trillado que la palabra termina por difuminarse. Claro, hablar de populismo es necesario, pero acusar a Uribe o a Petro de populistas porque sí se ha vuelto una caracterización obsoleta. ¿Quién es acaso el pueblo “puro”?

Algo semejante ha ocurrido con el trato que se le da a la palabra élite. Hemos llegado a un punto en que le otorgamos siempre un sentido peyorativo, y en algunas ocasiones lo confundimos con elitismo. Hace unos años la revista The Economist publicó un artículo en el que hace un rastreo de la palabra élite. El texto muestra que la obsesión por las élites es relativamente reciente. La citación más vieja data de 1823, viene del francés y significa “elegido”. En ese entonces la palabra se refería a la parte elegida de una flor o de cualquier cuerpo, como, por ejemplo, los elegidos en una sociedad.

Solo hasta 1960, la palabra élite se comenzó a asociar con algo negativo. Y hoy en día hay una tendencia a usar la palabra élite para todo. Se dice que el discurso de Petro es antielitista, pero también se decía que Trump iba en contra de las élites. Pero ¿son las élites políticas las mismas que las económicas? Iba Trump sólo contra las élites políticas, ¿o iba también contra las élites culturales e intelectuales? Uno se puede ganar la lotería y volverse rico, pero uno no se puede ganar la lotería y volverse culto. Hay una diferencia entre ambos tipos de élite, pero tanto Trump como Petro pueden ser de élite, uno de la económica y el otro de la intelectual.

Pero cuidado, la élite intelectual no siempre salva la partida. Colombia ya tuvo un par de presidentes poetas que no sirvieron de mucho. No parece haber una fórmula mágica para definir qué constituye a un buen presidente, ni tampoco parece que las élites sean siempre efectivas. Santos fue protegido por la élite periodista, pero nunca pudo ganarse a la opinión pública, y varios cacaos vieron quemados a sus candidatos en las pasadas elecciones. Los asuntos políticos son complejos, pero quizá podamos avanzar en algo precisando a qué nos referimos cuando usamos este abusado término.

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