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Lo que la ciencia no puede responder

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Catalina Uribe Rincón
06 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.
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Varios han catalogado de homicida a Armando Benedetti por promover de nuevo el debate sobre la eutanasia.

Muchos otros han criticado el suicido de Brittany Maynard por apresurado. “Seguro hay algo que se hubiera podido hacer; tal vez un milagro”. Y mientras médicos dan declaraciones sobre las posibilidades de vida, y fanáticos religiosos apelan a la voluntad divina, la pregunta sigue sin responderse: ¿cuándo empieza y cuándo termina la vida?

Si tenemos en cuenta la ‘godarria’ de nuestro Senado, la idea de reglamentar la eutanasia parece más otro proyecto fallido del senador Benedetti. De todas maneras, estos debates son siempre productivos, porque van sacando a la luz temas que le dejan de parecer extraños a la opinión pública. El problema es cuando el debate se vuelve científico y la única manera de probar la validez de la reforma es llevando médicos que dicen desde cuándo el feto empieza a “ser persona” o cuando “deja de serlo”.

¿Es este un debate que se debe dar desde la ciencia? Es mucho lo que le debemos al conocimiento científico. Nos salvó de la superstición. Pero tenemos ahora que cuidarnos de no caer en la superstición científica. No se trata solo de los exabruptos de un par de seudocientíficos que compararon distintos cerebros para argumentar a favor de la ‘superioridad’ de una raza, sino de los límites de la ciencia. Hay preguntas que este conocimiento no nos puede resolver simplemente porque no está hecho para eso.

Poniéndolo más claro: la ciencia no nos puede decir cuándo comienza y cuándo se acaba la vida. No puede. La ciencia usa las definiciones que la humanidad le concede, pero no puede definir de vuelta. La religión tampoco puede decirnos. Dios, en su inmensa sabiduría, se acopla a las creencias de sus fieles. Si le preguntamos, sólo nos oímos. Este es el campo de las humanidades cuya necesidad sólo se aprecia cuando faltan.

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