En el 2016 escribí una columna sobre los retos que se venían para Colombia en cuestión de debates y elecciones presidenciales. Pensando en lo que había ocurrido con Hillary Clinton y Donald Trump, hablé de cómo los espacios políticos dedicados al diálogo y a la exposición de propuestas se estaban reduciendo a lugares para la agresión, la interrupción y la risa fingida. En ese entonces, con Petro y “el que dijera Uribe” a la vista, sugerí que los debates debían actualizarse a las nuevas oportunidades...
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