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Los debates que debemos exigir

Catalina Uribe Rincón

18 de junio de 2022 - 12:30 a. m.

En el 2016 escribí una columna sobre los retos que se venían para Colombia en cuestión de debates y elecciones presidenciales. Pensando en lo que había ocurrido con Hillary Clinton y Donald Trump, hablé de cómo los espacios políticos dedicados al diálogo y a la exposición de propuestas se estaban reduciendo a lugares para la agresión, la interrupción y la risa fingida. En ese entonces, con Petro y “el que dijera Uribe” a la vista, sugerí que los debates debían actualizarse a las nuevas oportunidades de las tecnologías digitales. En vez de permitir a los candidatos gritar mentiras para ganarse un buen titular, era importante crear mecanismos de fact-checking para confrontar y revisar hasta qué punto lo que decían los candidatos era viable o no.

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Seis años después, el problema dejó de ser cómo canalizar el discurso, sino cómo garantizar que haya discurso. En distintos momentos de esta contienda, los candidatos presidenciales se han negado a debatir. Algo que no pasó ni siquiera con Donald Trump. El candidato estadounidense, con sus interrupciones y ataques a la prensa, apareció en público para sus electores. Petro y Hernández, por el contrario, han manifestado distintas razones para no debatir: la agenda llena, falta de garantías o simplemente un “no” sin razones. La falta de interés de los candidatos frente a los debates, si bien evidencia rasgos de personalidad de cada uno de ellos, igual nos alerta sobre el ambiente general de lo que podremos esperar será el debate político en Colombia durante los próximos años.

Los debates han tenido distintos propósitos. Empezaron con ideas altruistas sobre una especie de acción comunicativa en la que se suponía que los mejores argumentos y las mejores propuestas persuadían al electorado a votar mejor. La televisión permitió después pensar en estos espacios para analizar emocional y psicológicamente a los candidatos. Más adelante, luego de que algunos estudios demostraran que los debates inciden poco en el voto, se habló de la importancia de estos espacios para obligar a los candidatos a prepararse sobre los temas del país, así fuera para no hacer el ridículo frente a una audiencia en vivo, como una manera de obligarlos a estudiar un poco de lo que les interesaba y lo que no.

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Estos meses electorales deben abrirnos los ojos sobre lo que se viene para la oposición y los medios después de mañana. Con la presidencia de Duque tuvimos que aprender a conversar con un gobierno de “suertudos sin experiencia”, que nos entrenó para tomarles la lección como niños de primaria y procesar respuestas tipo Abudinen con la plata o Molano con los niños. Con Hernández y Petro se vienen otros retos. Hernández nos enfrentará a la ausencia de discurso. Nos encontraremos con una actitud de “jefe de provincia que no da razones a sus empleados”. No cree que tenga que darlas porque es él quien manda. Y si las da es porque quiere, no porque le toca. Con Petro tal vez nos encontremos con el “profeta incomprendido”. Será mucho más articulado, mucho más sugestivo, pero tampoco nos dará razones: nos dará lecciones. La comunicación con ninguno va a ser fácil, pero no podemos perder la paciencia ni la insistencia. Las palabras no pueden perderse.

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