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Los Divinos

Catalina Uribe Rincón

10 de febrero de 2023 - 09:05 p. m.

En Argentina se conoció el lunes pasado el veredicto que condena a cadena perpetua a cinco exjugadores de rugby por el crimen de Fernando Báez Sosa. Otros tres jugadores recibieron 15 años de cárcel por ser partícipes secundarios. Báez Sosa murió en la madrugada del 18 de enero del 2020 cuando unos rugbistas lo atacaron a puños y patadas. El brutal ataque, que fue filmado por varios testigos, se dio después de un altercado en la pista de baile, al parecer por un trago que se regó en una camisa. Báez, quien intentó detener la riña, fue después atacado con sevicia por la espalda y murió por trauma en el cráneo.

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Como lo puso el periodista Federico Fahsbender: “Su muerte, por alguna razón, se convirtió en parte del alma argentina”. El juicio, añade, fue una condena contra la cultura del “bullying, del atropello, de la violencia sin sentido”. La muerte de Báez Sosa, de familia de inmigrantes paraguayos, representó lo absurdo de la maldad y la banalidad con la que los asesinos asumieron su asesinato. Como lo reportan quienes se atrevieron a ver los videos de la agresión, cuando Báez Sosa estaba ya a punto de fallecer, uno de los rugbistas le gritó: “¡Dale, cagón, levántate!”. Sabemos que otro rugbista salió después a comerse una hamburguesa.

Los jugadores condenados eran ya conocidos por “matoncitos”. De hecho, tuvieron la osadía de acusar a uno de sus habituales matoneados de cometer el crimen. Estaban tan tranquilos por que la ley no los tocaría, que ni se molestaron en lavar los zapatos ensangrentados con los que patearon a la víctima. Al parecer, como con los Divinos del libro de Laura Restrepo, asesinar a alguien era el desarrollo esperado “de su belleza”. En el libro de Restrepo, que trata de dar cuenta de la racionalidad del asesinato de Yuliana Samboní, todos sabían que el Muñeco era un privilegiado violento. Igual nadie lo paró ni le cerró la puerta.

Restrepo tardó sólo cuatro meses en escribir Los Divinos. Cuando en el contexto del Hay Festival de 2019 un periodista de la BBC le preguntó cómo hizo para terminar tan rápido la investigación, la escritora contestó: “Lo que pasa es que soy bogotana y, como decimos nosotros, «conozco a mi gente»”. La autora se refería al desdén particular de la clase alta capitalina por los menos privilegiados y por el relacionado desprecio de los hombres hacia las mujeres. Los argentinos tampoco se sorprendieron. Agustín Pichot, exjugador de rugby, aceptó la conocida cultura de violencia y agresividad que permea ese deporte.

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Quizá ese sea el punto: son crímenes horribles y desestabilizantes, pero no inesperados. El matoneo, el odio, el desdén por lo correcto se constatan a diario y con claridad. El año pasado salió a la luz un estudio de la ONG internacional Bullying Sin Fronteras correspondiente a 2020-2021 en el que Colombia ocupó el puesto 10 con más casos de matoneo a nivel mundial. El informe reportó un total de 8.981 casos graves de bullying. Este estudio complementó las cifras del informe del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana que analizó las últimas pruebas PISA (2018), en las que Colombia ocupó el segundo lugar en Latinoamérica con mayor exposición al bullying entre los miembros de la OCDE.

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Hace unos años utilicé erróneamente la palabra bullying como sinónimo de “molestar” en una conversación. Un colega estadounidense, con razón, me reprendió fuertemente. El bullying no es simple molestadera. Es una práctica cruel que se va engranando en la cultura de, sobre todo, países violentos.

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