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Los líderes políticos para el nuevo año

Catalina Uribe Rincón

23 de diciembre de 2015 - 09:53 p. m.

En su columna en el 'New York Times', Paul Krugman analizó por qué es posible que los votantes del Partido Republicano no parezcan sorprendidos frente a la fuerza que han tomado candidatos como Donald Trump.

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Su pregunta está basada en el hecho de que Trump, y algunos otros de los aspirantes, no sólo son ignorantes en las políticas públicas de su país, sino que han adquirido el hábito de mentir abiertamente y el de atacar la personalidad de sus contrincantes en lugar de sus propuestas.

Con su escrito, Krugman contradice las hipótesis que asocian a Trump como un líder que salió y se hizo famoso de la nada. Por el contrario, este discurso beligerante y deshonesto ha sido la regla de los republicanos durante los últimos años. Desde hace más de una década, las campañas republicanas le han hecho más eco al simpático carácter de sus candidatos que a sus propuestas. En el 2000, por ejemplo, nos recuerda Krugman, se hacía énfasis en lo agradable que sería irse a tomar una cerveza con George W. Bush y lo aburrido que eran las cifras de Gore.

Esta situación no es muy distinta de lo que hemos vivido en Colombia en los últimos años. Algunos partidos que se llaman opositores han construido discursos de odio que atacan o defienden la personalidad de los políticos dejando de lado sus proyectos. Y aunque esto es común en la mayoría de campañas electorales, es peligroso cuando se va consolidando en el statu quo de la política. Colombia y EE. UU. son, por supuesto, países muy distintos, pero hay un punto universal en el análisis de Krugman: la disposición al radicalismo se cultiva.

En su película El huevo de la serpiente, Ingmar Bergman narra cómo desde 1920 se fue gestando en Berlín un estado de ánimo de desasosiego y agobio que anticipó la creación de una sociedad anestesiada que vendría después con Hitler. ¿Cómo se creó el nazismo, el franquismo, el chavismo? De a poquito. Por muchos años, muy despacio, hasta que el discurso belicoso logró acostumbrar los oídos. No es claro que podamos corregir el rumbo, pero cuando nos toque, no podemos decir que “nos tomó por sorpresa”.

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