La semana pasada el gobierno chino decidió bloquear las cuentas de redes sociales con contenido LGBT+ adscritas a grupos y clubes universitarios. La medida obedece a la creciente intolerancia que ha tenido dicho gobierno frente a cualquier tipo de manifestación. Entre los “rebeldes” se ha incluido también a los grupos feministas y a las comunidades de trabajadores. Sí, así de irónico como lo leen: un gobierno de tradición comunista en contra de los sindicatos. Los estudiantes chinos alrededor del mundo están indignados, en especial por el apoyo que algunos grupos conservadores de países democráticos les han dado a estas medidas.
La obsesión que produce China en los conservadores es muy peculiar. Recordemos la infinidad de veces que Donald Trump pronunció la palabra “China” como incitador de miedo. Los chinos fueron catalogados una y otra vez como invasores, propagadores de un comunismo malévolo y creadores de virus. “China pagará un gran precio por haber enviado esa terrible enfermedad”, afirmó el entonces presidente estadounidense con respecto al coronavirus. Meses después, sin embargo, muchos de los mismos conservadores alrededor del mundo alabaron el orden de China en el manejo de la pandemia. “¡Allá la gente sí obedece!”.
Y es que, entre tanto caos e incertidumbre, a varios se les salió el Xi Jinping que llevan dentro. Recientemente, como lo recogió el columnista de este diario Pascual Gaviria, se dio el encierro forzado de 265 estudiantes en España por estar contagiados de COVID-19 o por haber estado en contacto con alguien enfermo del virus. Soluciones desesperadas de control que claramente violaron la libertad de los estudiantes e hicieron añicos cualquier criterio de proporcionalidad, pero que se excusaron en aras del orden de la vida común.
Muy a pesar de lo que dice nuestro escudo, los gobiernos en Colombia también se la pasan sacrificando esa anhelada libertad por el orden que la sigue. Recientemente la CIDH hizo un enorme esfuerzo por evaluar y construir un informe que nos permita mejorar el uso de la fuerza policial y garantizar el respeto de los derechos humanos. El Gobierno colombiano, con su caracterizado desdén frente a cualquier crítica, decidió no tomárselo en serio. No contento con esto, Duque quiere además una ley antivandalismo y antidisturbios que, por supuesto, no aporta nada y sólo contribuye a seguir estigmatizando discursivamente la protesta.
Claro, como bien lo recordó Agustín de Hipona, el orden es fundamental para que la injusticia no pulule y para que las almas humanas y sus inclinaciones al mal no se perviertan del todo. Es más fácil ser justo en una ciudad justa que en medio de la violencia y la injusticia. Pero es que ahí está el asunto: el orden es instrumental. El orden está ahí para la libertad, no al revés. La libertad no es sólo un derecho. Es la fuente de dignidad humana. El paso por este mundo tiene sentido solo si somos nosotros y no el Estado los que nos afirmamos en la vida.