En los últimos meses las noticias sobre asuntos religiosos mezclados con política nacional parecen todas sacadas del portal satírico Actualidad Panamericana.
Empezamos con grupos religiosos que hicieron campaña en contra de un acuerdo de paz porque le temían a la “ideología de género”, seguimos con una iglesia evangélica que advirtió sobre el riesgo de volverse gay para los hombres que cocinen, y concluimos hace unos días con la Iglesia Católica prohibiendo esparcir las cenizas de los difuntos.
Las discusiones públicas sobre este tipo de titulares están cayendo en un patrón histórico en el que académicos y medios contribuimos a que ciertas religiones y tipos de pensamientos, peligrosamente, se vayan convirtiendo en una caricatura de sí mismos. En 1939, por ejemplo, el crítico literario Kenneth Burke hizo un análisis del controversial libro de Hitler, Mi lucha. Su propósito, además de entender la retórica que hacía posible el éxito del Führer, fue hacer un llamado a la manera como los críticos estaban abordando el tema. Todos se burlaban, denigraban y desechaban el libro, reconfortándose entre ellos y alimentando su odio común hacia el nazismo y su uso de la religión.
Del mismo modo, hoy en día los temas religiosos están empezado a adquirir un carácter absolutamente peyorativo en ciertos ámbitos intelectuales. Es común desacreditar a alguien por el mero hecho de ser creyente pues se le asocia con el fanatismo de titulares como los expuestos arriba. Pero el hecho de que pastores o líderes populistas como Hitler, Trump, y alguno que otro acá en Colombia, se hagan famosos a costa de degradar los preceptos fundamentales de la religión, no implica que estos cánones sean malos de por sí.
El llamado no es entonces a avalar las absurdidades de ciertos fanatismos religiosos, sino a darle un enfoque distinto al debate, tratando de entender las razones por las cuales fenómenos como estos se están haciendo tan populares. El ojo crítico está en evitar la simpleza de pensamiento que casi siempre estigmatiza y reduce a estereotipos. La amenaza viene de quienes distorsionan la religión para beneficio propio, pero también de aquellos que la caricaturizan para reforzar lo que otros quieren oír.