El periódico The New York Times en su edición del pasado domingo publicó un especial sobre la esclavitud sexual en el Estado Islámico.
El reportaje narra las anécdotas de miles de mujeres víctimas del todavía activo comercio de esclavas sexuales del grupo terrorista. Uno de los hechos más desconcertantes es el uso de la pastilla anticonceptiva. Según la ley islámica es prohibido tener relaciones con mujeres embarazadas. Tal situación pone a las mujeres en una imposible disyuntiva: si quedaban embarazadas lograban no ser violadas por nueve meses. Por ese tiempo consiguen no pasar de mano en mano, de transgresor en transgresor. Sin embargo, y con gran dolor, terminan llevando el hijo de su violador.
Después de leer esta desgarradora noticia abro Semana y me encuentro con la perla de “Los Confidenciales” titulada “Satisfaction”, en donde se narra con un tono jocoso y a manera de chisme lo que Mick Jagger le pidió a un empresario colombiano para después de su concierto: una fiesta en donde “ojalá hubiera más mujeres que hombres”. La nota concluye narrando en tono triunfal que al final de la noche Jagger se fue de la mano con una “afortunada”.
Algunas de las esclavas sexuales del Estado Islámico cuentan cómo, cuando los militantes del grupo terrorista las seleccionaron por primera vez, les dijeron justamente eso, que eran “afortunadas”. En un sentido la comparación es absurda, pues del sexo obligado al consentido hay un mar de diferencia. Por otro lado, sin embargo, la objetivación de la mujer no es muy diferente. La idea de una mujer afortunada por ser “conquistada” poco la distancia de un trofeo o de un botín. La diferencia entre el Estado Islámico y Jagger es de exceso, pero no de naturaleza. Por el mismo camino ambos llegan a Roma.
¿Qué hace que el periodista que escribe el confidencial no lo note? O, ¿lo nota y no le importa? No es la primera vez que vemos la noticia de cantantes de rock excéntricos que con la actitud de Chapo Guzmán llegan a pedir mujeres como cortesía o como parte de su pago. Charly García solicitó, si mal no lo recuerdo, mujeres en su habitación y que su comida fuese servida en vajilla de porcelana. El problema, por su puesto, no es la prostitución; es la mujer como ítem del menú. Y si bien es reprochable que el mundo del arte justifique sus agresiones bajo el aura de la excentricidad, más reprochable aún es que quien quiera utilizar la noticia no lo haga con tono de denuncia, sino con complaciente picardía.