En estos días nos hemos movido entre la agonía de la incertidumbre y la fuerza esperanzadora de un consenso rápido por la paz.
Pudimos vivir y observar iniciativas tan solemnes como la acción de duelo de Doris Salcedo en la Plaza de Bolívar, quien con su obra no sólo protestó por el resultado del plebiscito, sino que logró una poderosa conmemoración a las víctimas. En la misma línea, vimos protestas ciudadanas y una carta de profesores universitarios que logró recoger más de mil firmas para exigir prontitud al proceso y ojalá evitar así su colapso.
Estas iniciativas, a las que ojalá se sigan uniendo más colombianos, evidencian el compromiso de quienes se saben parte de un pacto social. Un contrato que involucra no sólo a quienes han vivido la guerra, sino a quienes murieron en ella, y a un grupo tácito, pero muchas veces olvidado: aquellos que están por venir. Las sociedades, finalmente, como lo diría Edmund Burke, involucran a los vivos, los muertos y a todos los que han de nacer. Esta proyección temporal genera una inercia que nos identifica y nos agrupa… incluso cuando es para mal.
Nuestra historia es sobre todo una historia de violencia. Nos aglomeramos alrededor de este impulso sangriento porque lo conocemos, porque es nuestro, porque, como se dice, es mejor “diablo conocido que ángel por conocer”. Pero esta inercia no nos puede hacer olvidar el pacto que tenemos con los colombianos del futuro, con aquellos quienes todavía pueden evadir el karma y el horror de una nacionalidad marcada por el terror.
No se trata de si nos cae bien Santos o Uribe. Se trata más bien de un ejercicio de imaginación. De imaginarnos la vida de los que han de venir. La apatía y el abstencionismo son un peso muerto, un peso de quienes no votan por el No, pero tampoco por el Sí, de quienes están anquilosados en la indolencia del presente. Si estamos tan maltratados como para no querer desear algo mejor para nosotros, por lo menos debemos intentar desear algo mejor para los otros. Sólo un exceso de generosidad logrará que se rompa la propulsión de la guerra.