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Marta Lucía Ramírez y los facilitadores de narcos

Catalina Uribe Rincón

01 de febrero de 2020 - 12:00 a. m.

En días recientes, U.S. News publicó un artículo sobre la percepción global de corrupción en el que Colombia aparece como el país más corrupto del mundo. A raíz de la publicación, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez declaró que no se puede permitir que se diga que Colombia es el país más corrupto y que dicha percepción obedece, en parte, a producciones como Narcos basadas en la vida de Pablo Escobar. Hace bien Ramírez en relacionar la corrupción con el narcotráfico pues las dos prácticas se alimentan mutuamente. Pero el primer puesto no es una cuestión de mera percepción basada en cultura popular. La concepción global de Colombia como país corrupto está ligada con una cultura narco que se conoce, se avala y se permite.

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Claro, no es sólo una cuestión de voluntad. Como bien lo muestra la serie Narcos, la corrupción proveniente del narcotráfico obedece a causas estructurales. La serie recoge la presión del comercio global y las contradicciones y arbitrariedades de la guerra contra las drogas. También muestra la pérdida de fuerza de los Estados, la vulnerabilidad de la pobreza y las fallas abismales de los sistemas internacionales de control. Sin ir muy lejos, el jueves pasado la policía mexicana y la DEA descubrieron un túnel que va desde Tijuana (México) hasta San Diego (EE.UU.). Al parecer, no es sólo a nosotros a los que nos meten túneles. Y ese es el punto: Narcos no fue exitosa por representar la ilegalidad colombiana. La serie atrajo audiencias internacionales precisamente porque supo representar la ilegalidad mundial.

Pero las causas estructurales son solo una parte de la historia. La otra parte somos nosotros. El narcotráfico se da en todas partes del mundo, pero a nosotros se nos da especialmente bien. ¿Por qué? Pues porque, a la hora de la verdad, los héroes, villanos y espectadores no son los únicos actores. Hay un cuarto grupo, que es el más grande y el más parásito. Es el grupo representado por las virginias vallejo que decidieron ignorar de dónde venía el dinero de Pablo Escobar y disfrutaron de él. Hoy en día tenemos colombianos que se siguen haciendo ricos de la nada, que aparecen con lujosos carros y mansiones y lo único que se oye decir es: “Debe ser traqueto, pero quién sabe”. Y en seguida se acepta la invitación a participar del lujo, se le ayuda a hacer el negocio, se le hace el cuarto. Estos son los contadores, los abogados, los financistas y los amigos que aceptan el paseo en yate, la invitación al restaurante, la fiesta vallenata. ¿Son villanos? No. ¿Son espectadores? Tampoco. Son los facilitadores.

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Recordé la idea del facilitador hace poco con un artículo sobre el Holocausto. Rivka Weinberg, la autora, insistía en que la persecución de judíos fue generalizada en toda Europa. Pero también recordó que en Italia y Bulgaria muchos más judíos sobrevivieron, mientras que en Rumania y Ucrania casi todos fueron asesinados. ¿Era Mussolini más decente? ¿Lo era Bozhilov? No, pero los italianos y los búlgaros, como nación, no participaron tan enérgicamente de la identificación de sus vecinos. No se sacrificaron, pero señalaron menos. No fueron héroes, pero tampoco fueron tan alegremente auxiliadores. Cada uno, desde su pasividad, algo de resistencia hizo. No desafiaron al régimen, pero tampoco le dieron la mano. Colectivamente, este esfuerzo salvó a millones. No todo el mundo nace con el carácter, la inteligencia ni la voluntad para resistir de frente, pero ya es demasiada pusilanimidad no tratar de resistir siquiera por el lado.

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