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El pasado domingo 15 de junio, más de 70 mil personas salieron a la Marcha del silencio. La marcha, que se convocó como un grito antiviolencia, se organizó, así no fuera explícito, con la ayuda de varios partidos de oposición para medirse en las calles. Algunos lo tomaron respetuosamente por el lado del silencio y de protestar contra el atentado a Miguel Uribe. Muchos otros se fueron por la arenga y el “fuera Petro”. De cualquier forma, quedó claro que no se trató de una marcha de auto-propaganda gubernamental, de esas que tanto le gustan al presidente para hablar de ese pueblo que él cree suyo.
Sin embargo, en uno de sus trinos en X, donde se veía la Plaza de Bolívar llena, escribió: “Éxito en la.plaza [sic] de Bogotá. Un pueblo unido por la paz”. A este le siguieron otros sobre otras ciudades, con fotos de muchísimos marchantes y un tono de gloria parecido. Sobre Bucaramanga dijo: “Alli [sic] estaremos pueblo santandereano de los comuneros que siempre pidieron, a pesar del suplicio, que la justicia debe ser, tambien, [sic] para el pueblo trabajador”. Sus publicaciones, tan cínicas como calculadas, buscaban anticiparse a quienes podrían decir que las marchas eran también contra él. En cambio, trinó para apropiárselas.
Esta estrategia me recordó, una vez más, al estilo de comunicación de Trump. Un estilo que vi representado muy acertadamente en la película El aprendiz (2024). Las tres normas del éxito que le enseña el abogado Roy Cohn al joven Trump son: 1. Siempre ataca; 2. Nunca admitas un error; 3. Siempre proclama la victoria, incluso si has sido derrotado. Estos principios nos permiten entender por qué es cada vez más difícil pensar en la verdad en relación con los hechos. Pero, sobre todo, nos dicen algo obvio pero fundamental para las democracias contemporáneas: que conocer el carácter de un candidato es, muchas veces, más importante que sus promesas de campaña.
Ahora que arranca una campaña electoral llena de aspirantes autoproclamados, es clave que podcasters, medios y líderes de opinión pensemos en estrategias para revelar a la persona detrás del discurso. El debate importa, sí, pero en un contexto saturado de manipulación del lenguaje, cobra aún más valor preguntarse quién es realmente quien habla. Debemos pensar qué tipo de presidente sería: ¿sabe negociar?, ¿tiene criterio?, ¿escucha?, ¿asume riesgos?, ¿sabe cuándo ceder y cuándo sostener una posición? Evitemos, o por lo menos no nos quedemos atrapados en la bobada del debate estilo personero de colegio de si “está de acuerdo o no con el aborto”.
Pensemos en otro ejemplo. Santos prometió ser el segundo de Uribe, pero terminó apostándole al acuerdo de paz. Una traición, casi de “Perubólica”, de la que aún no salimos. Pero no fue sorpresiva: su pasado liberal, su ego de clase alta, su ambición… todo eso ya insinuaba lo que vendría. Era evidente que no sería un minion de Uribe, que buscaría la gloria de un Nobel, y que estaría dispuesto a defender ciertas convicciones incluso a costa de traicionar a su electorado.
Ojalá los debates que se vienen no se limiten a medir cuánto saben los candidatos, sino que nos ayuden a entrever qué tipo de líderes serán; qué dice su historia personal sobre su temple, sus lealtades, sus anhelos. Porque, al final, lo que realmente termina gobernando no son las promesas, sino la persona que las hace.
