Después del baldado de agua fría que nos lanzó Duque con las objeciones a la JEP, los ánimos nacionales se alborotaron. Entre el mar de voces se destacó el senador Álvaro Uribe, quien en un comunicado de sólo un minuto y 25 segundos logró desplegar la habilidad retórica que le ha conferido gran parte de su poder.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Después del baldado de agua fría que nos lanzó Duque con las objeciones a la JEP, los ánimos nacionales se alborotaron. Entre el mar de voces se destacó el senador Álvaro Uribe, quien en un comunicado de sólo un minuto y 25 segundos logró desplegar la habilidad retórica que le ha conferido gran parte de su poder.
Uribe inició su minuto y medio con los niños: “Los derechos de los niños hay que respetarlos, ningún pacto puede violarlos”. El verbo “violar”, en esa fugacidad del lenguaje, podría calificar tanto al sustantivo “derechos” como al sustantivo “niños”. Casi sin que nos percatáramos, el senador creó la imagen de que la JEP viola niños. Desde el encuadre, su discurso creó una cierta disposición emocional.
En seguida, acusa a la JEP no sólo de permitir la injusticia: “¿Cómo así que aquellos que reincidan en el delito no van a perder los beneficios?”, sino de algo peor, de prohibir la justicia: “No puede seguir prohibiéndose la extradición”. Estas palabras, acompañadas de frases como “dañina impunidad total” o “el No ganó el plebiscito”, consolidan un mensaje tan contundente como peligroso: la JEP va en contra de toda entereza pese al clamor popular.
Al final escuchamos: “Las Farc impusieron la JEP” y “allí han exigido que toda persona, para entrar a las Farc, a la JEP (se corrige) tenga que ser amiga de las Farc”. En menos de 20 segundos, Uribe mencionó tres veces a las Farc en asociación (y confusión) con la JEP. Acusó con total desparpajo a los magistrados, todos con carreras independientes, de ser “amigos” de las Farc e hizo confluir en la unión que supone la amistad a magistrados y guerrilleros.
Nuestro orador habló pausado y con aparente sabiduría, sin afán, se mostró amoroso con su buen hijo Iván, y apeló a las reacciones más confiables: la indignación por la crueldad y la rabia ante la injusticia. Finalmente, la pequeña intervención nos dejó un mensaje que aunque errado no para de resonar: la JEP es las Farc y las Farc son la JEP. Qué desastre.