Hace poco vi la película Una joven prometedora, de la directora Emerald Fennell. Allí se narra la historia de Cassie, una mujer que desertó de la carrera de Medicina después de que un compañero de clase violara a su amiga Nina. La protagonista tiene una práctica particular: en las noches acude sola a bares y hacia el final de la noche pretende estar completamente borracha. Después espera a que los hombres, con supuestas buenas intenciones, la lleven a su casa para “cuidarla” de supuestos predadores. Sin excepción todos estos “buenos samaritanos” intentan violarla hasta que ella los para revelándoles su sobriedad.
La película es una comedia negra de venganza. En varios momentos Cassie confronta a personas que tuvieron alguna relación con la violación de Nina. La mayoría ignora el asunto o sugiere que la culpa es de la víctima por pasarse de tragos en una fiesta. El tema lleva años de reflexión en la pantalla grande: las violaciones a mujeres borrachas. Recordemos a Thelma y Louise, dos mujeres que escapan e inician un épico viaje después de defenderse de un hombre que intenta violar a una de ellas en estado de embriaguez. Esta película se demoró en ser producida, pues pocos aceptaban la idea de que una mujer se defendiera con armas de fuego de la violencia machista.
Una defensa con armas como la de Thelma no es propia de mujeres, así como tampoco pareciera ser propio de los hombres no violar o aprovecharse de una mujer en estado de indefensión. Recordemos cuando hace unos años una víctima denunció haber sido violada en el parqueadero del restaurante Andrés Carne de Res y desde su dueño para abajo salieron a acusar a la víctima por tomar, tener minifalda y quedarse sola con hombres desconocidos. Lo mismo ha pasado con los comentarios sobre el reciente asesinato de Ana María Castro, a quien se le ve en un video salir en estado de embriaguez con dos hombres.
Esta semana se hizo pública una estrategia acordada por funcionarios del actual Gobierno nacional, la Policía y algunos gremios de bares. La propuesta busca, sobre todo, trabajar con la Policía para garantizar la seguridad de las mujeres que se encuentren en estado de embriaguez. Como era de esperarse, las voces de crítica no han parado. La representante Ángela María Robledo cuestionó “poner a cuidar a mujeres en estado de embriaguez a quienes han violado niñas y mujeres en CAI y patrullas”.
¿Y si más bien mandamos supervisados a todos los hombres que entren a bares? ¿Absurdo? Quizá sí. Pero menos absurdo que pedirles a las potenciales víctimas que sean ellas las que no salgan, las que se ausenten del espacio público, las que se escondan si quieren protegerse. Hay que dejar de asumir que es inevitable que los hombres abusen y violen. El abuso y la violación son decisiones, como es una decisión seguir restringiendo la libertad de las mujeres como si la afirmación de su voluntad no valiera suficiente.
Hace poco vi la película Una joven prometedora, de la directora Emerald Fennell. Allí se narra la historia de Cassie, una mujer que desertó de la carrera de Medicina después de que un compañero de clase violara a su amiga Nina. La protagonista tiene una práctica particular: en las noches acude sola a bares y hacia el final de la noche pretende estar completamente borracha. Después espera a que los hombres, con supuestas buenas intenciones, la lleven a su casa para “cuidarla” de supuestos predadores. Sin excepción todos estos “buenos samaritanos” intentan violarla hasta que ella los para revelándoles su sobriedad.
La película es una comedia negra de venganza. En varios momentos Cassie confronta a personas que tuvieron alguna relación con la violación de Nina. La mayoría ignora el asunto o sugiere que la culpa es de la víctima por pasarse de tragos en una fiesta. El tema lleva años de reflexión en la pantalla grande: las violaciones a mujeres borrachas. Recordemos a Thelma y Louise, dos mujeres que escapan e inician un épico viaje después de defenderse de un hombre que intenta violar a una de ellas en estado de embriaguez. Esta película se demoró en ser producida, pues pocos aceptaban la idea de que una mujer se defendiera con armas de fuego de la violencia machista.
Una defensa con armas como la de Thelma no es propia de mujeres, así como tampoco pareciera ser propio de los hombres no violar o aprovecharse de una mujer en estado de indefensión. Recordemos cuando hace unos años una víctima denunció haber sido violada en el parqueadero del restaurante Andrés Carne de Res y desde su dueño para abajo salieron a acusar a la víctima por tomar, tener minifalda y quedarse sola con hombres desconocidos. Lo mismo ha pasado con los comentarios sobre el reciente asesinato de Ana María Castro, a quien se le ve en un video salir en estado de embriaguez con dos hombres.
Esta semana se hizo pública una estrategia acordada por funcionarios del actual Gobierno nacional, la Policía y algunos gremios de bares. La propuesta busca, sobre todo, trabajar con la Policía para garantizar la seguridad de las mujeres que se encuentren en estado de embriaguez. Como era de esperarse, las voces de crítica no han parado. La representante Ángela María Robledo cuestionó “poner a cuidar a mujeres en estado de embriaguez a quienes han violado niñas y mujeres en CAI y patrullas”.
¿Y si más bien mandamos supervisados a todos los hombres que entren a bares? ¿Absurdo? Quizá sí. Pero menos absurdo que pedirles a las potenciales víctimas que sean ellas las que no salgan, las que se ausenten del espacio público, las que se escondan si quieren protegerse. Hay que dejar de asumir que es inevitable que los hombres abusen y violen. El abuso y la violación son decisiones, como es una decisión seguir restringiendo la libertad de las mujeres como si la afirmación de su voluntad no valiera suficiente.