Una colega me compartió una discusión del grupo Wikimujeres. Todo empezó porque una mujer manifestó su inconformidad con el uso que su marido le daba al baño compartido: “Deja el baño sucio cada vez que orina. Deja gotas en el piso y no levanta el bizcocho (…) No limpia lo que ensucia (…) Le he dicho de todas las maneras (…) Se ha vuelto tan insoportable esto y no sé cómo manejarlo”. Las personas del grupo le respondían con distintos consejos. Entre ellos, el clásico: “Devuélvelo a la mamá”. Una amiga me exponía condescendientemente el fenómeno de la siguiente manera: “Es que los hombres son como niños en la casa, así se quedan toda la vida y no hay nada que hacer”.
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Una colega me compartió una discusión del grupo Wikimujeres. Todo empezó porque una mujer manifestó su inconformidad con el uso que su marido le daba al baño compartido: “Deja el baño sucio cada vez que orina. Deja gotas en el piso y no levanta el bizcocho (…) No limpia lo que ensucia (…) Le he dicho de todas las maneras (…) Se ha vuelto tan insoportable esto y no sé cómo manejarlo”. Las personas del grupo le respondían con distintos consejos. Entre ellos, el clásico: “Devuélvelo a la mamá”. Una amiga me exponía condescendientemente el fenómeno de la siguiente manera: “Es que los hombres son como niños en la casa, así se quedan toda la vida y no hay nada que hacer”.
Me pareció curioso este concepto del hombre-niño. Es verdaderamente muy extraña la idea de que el hombre dentro de la casa debe ser atendido, cuidado, regañado y que ciertos comportamientos infantiles y poco empáticos, como “rociar” el bizcocho, se deben tolerar. La idea del hombre-niño es una suerte de comodín que le permite ser descuidado, pensar que no es su deber participar en las tareas del hogar, administrar menos los asuntos de los hijos y demás, pues él es también, a punta de hábito, una suerte de dependiente. Y como con muchas costumbres, la actitud se vuelve performática: entre más se normaliza la infantilización, más quiere el hombre cómodamente actuar para su conveniencia en lo privado.
Es aún más chocante que no sea a ellos a quienes se les dice “niños” en la calle. Como si hubiese una pantalla de reversión de adultez, somos nosotras las que seguimos siendo “niñas, peladas, chicas”, entre muchas otras infantilizaciones. Así, mientras vivimos acostumbrados a que los hombres se presenten y actúen como niños en privado, las mujeres somos obligadas a serlo en público. En la calle es siempre la mujer la que debe luchar para tener voz, la que necesita de cuidado, la que no puede salir sola, la que requiere una y otra vez algo de ayuda para que se le reconozca y se le trate como adulta. En el caso de las mujeres la infantilización es impuesta, pesada y fuente de más desdichas que de beneficios.
Hay pocas cosas más degradantes que la infantilización, incluso la de los niños. Una cosa es protegerlos de los peligros que alerta la experiencia y otra muy diferente es desdeñarlos, ignorarlos y humillarlos en sus emociones, percepciones y razón. Parte del lío de la “infantilitis” que nos invade son las nociones distorsionadas de la adultez, que nada tienen que ver con la imposición de la voluntad. La adultez es saber y querer cuidarse y cuidar de otros. Es saber hacerse responsable de las propias acciones. Es aprovechar la oportunidad de estar vivo para pensar en soledad y con otros. De ahí que los roles de género en un mundo de niños o adultos sean cada vez más caprichosos.
Esta semana se aprobó en tercer debate el proyecto de ley que busca ampliar el número de semanas de la licencia de paternidad (que ojalá se llamara del “otro responsable”). El proyecto es necesario, en especial porque libera a la mujer de una carga que lleva castigándola durísimo en lo profesional. Pero es también muy necesario para los hombres, pues les da un beneficio a quienes lo anhelan y otorga responsabilidad a quienes no han querido asumirla. Sin embargo, acompañado de la ley debe venir un cambio cultural. Lo que menos les convendría a las mujeres es que ahora durante las licencias de maternidad les llegue otro “niño” más para cuidar.