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En su columna del pasado lunes en El Tiempo, Paola Ochoa se refirió al caso de Vicky Dávila diciendo que en ningún otro país del mundo ocurriría una situación como esta.
Lo curioso es que dos días antes de que se desatara todo la polémica del video que terminó con la salida de la periodista, vi una película basada en la vida real que retrata hechos muy similares ocurridos en Estados Unidos durante la administración de George W. Bush.
El largometraje, titulado “La Verdad”, cuenta la historia de Mary Mapes, la famosa periodista que investigó e hizo públicos los abusos y torturas por parte de soldados estadounidenses hacia los prisioneros de la cárcel de Abu Ghraib. Tiempo después Mapes siguió con sus investigaciones en contra del Gobierno, pero esta vez quería denunciar al presidente Bush por haber desobedecido órdenes y utilizado palancas para mejorar su récord cuando hizo parte de la Fuerza Aérea estadounidense.
El problema fue que en esta última ocasión cometió un error periodístico y no verificó bien la autenticidad de la prueba reina: unos memorandos. Al igual que con Dávila, su proceder quedó en una zona gris. A Mapes la lincharon los medios y la opinión pública, la historia de Bush quedó en el olvido y CBS, la cadena de noticias para la que trabajaba, le pidió la renuncia. El caso de Mapes y de Dávila vuelven sobre uno de los más grandes problemas que enfrenta el periodismo actual mundial desde hace ya varios años: la escasez de periodismo investigativo.
Cada vez son menos los medios que hacen este tipo de periodismo y más los que se dedican a hacer eco de las noticias. Cuando solo se reproducen las noticias se cae en la tentación de juzgar y criticar en vez de producir. Hacer eco es importante, pero esta es la tarea de las páginas de opinión. Quienes logran meterse en la difícil tarea de investigar llevan la carga de ir en contra de toda la institucionalidad que en algunos casos involucra la reputación del medio de comunicación para el que trabajan.
Quemar figuras para proteger la reputación de una institución no es raro. Los presidentes, por ejemplo, viven quemando ministros y generales. Pero como ciudadanos debemos alarmarnos cuando esto le pasa a alguien como Dávila. En este momento es mucho más costoso para el país perder a un periodista investigativo que a un ministro.
