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La semana pasada leí el artículo “Los reparos a los nombramientos de Petro”, que publicó El Espectador. Allí aparecieron los funcionarios de la actual administración que han sido criticados por su falta de experiencia y capacidad para los cargos en que han sido designados. Entre estos estaban Ricardo Roa Barragán, como presidente de Ecopetrol por su escasa experiencia en petróleos, y Concepción Baracaldo, la directora del ICBF que alcanzó a estar por cinco meses en el cargo como ficha de Verónica Alcocer, pero sin tener idea de infancia. A la lista de funcionarios sin la experiencia y formación adecuada se suman Irene Vélez, Guillermo Reyes, Augusto Rodríguez, Manuel Alberto Casanova, Eva Ferrer y muchos otros.
El artículo me recordó uno de El Tiempo de hace tres años titulado “Las polémicas de los funcionarios del Gobierno de Iván Duque”. Si bien el enfoque era diferente, pues incluyó a todos los que estuvieron en “el ojo del huracán”, replicó la idea de la incompetencia de los funcionarios para su cargo. Allí aparecieron el entonces director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Darío Acevedo, acusado de negar aspectos del conflicto armado; Nancy Patricia Gutiérrez, exministra del Interior, estigmatizando el paro, Guillermo Botero, exministro de Defensa, mintiendo a la opinión pública sobre el exguerrillero Dimar Torres, y así.
Al parecer, con Duque lo importante era tener funcionarios que por su competencia no fueran a opacar el poco brillo del presidente. El sonsonete que resonaba con la cadencia de un rezo entre la “gente de bien” era, una y otra vez: “Al menos no fue Petro”. Ahora, con Petro, en una suerte de efecto distorsionado, lo importante es aplaudir su “brillo” (así nuble toda visión). El sonsonete entre la izquierda y los “liberales ilustrados” se volvió: “Petro era necesario”. ¿Importa que Petro haya designado como jefe de la Policía a un extremista religioso, ocasionando la renuncia de 52 generales experimentados? No, la llegada de Petro, nos toca leer, es histórica y estamos “aterrorizados” del cambio si nos quejamos.
Claro, siempre ha habido altos funcionarios incompetentes en los gobiernos, especialmente hacia el final de las administraciones. Pero es hora de resaltar que llevamos dos administraciones seguidas en que la incompetencia de los funcionarios es asunto noticioso de principio a fin. La única razón por la que hemos dejado de leer que en el Ministerio de Minas ya no quedan servidores capacitados es porque estamos concentrados en que las cuentas de las reformas de salud, trabajo y pensiones simplemente no suman. Exacto: no suman.
Mi generación creció con una desconfianza del trabajo del Gobierno. Oí de varios compañeros que, a pesar del gusto que le tenían, evitaron trabajar en el sector público por susto a “quedar untados”. Un poco como les pasó a los viceministros de Uribito. Hoy el tono es diferente. Todavía está la desconfianza de compartir edificio con políticos oscuros, pero a esto se le suma el desprestigio académico del Estado. No estoy exagerando: los estudiantes de pregrado de hoy tienen como únicos referentes de su adultez a los funcionarios de las administraciones Duque y Petro, cruzados, además, con el último combo de fiscales. ¿Cómo persuadimos a los mejores de que se dediquen al servicio de lo común?
