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Patrones y “millennials”

Catalina Uribe Rincón

21 de marzo de 2018 - 10:00 p. m.

En días pasados hubo un escándalo por el altercado que se dio entre Yamid Amat, director de CMI, y Cathy Bekerman, una de las presentadoras del noticiero. Según fuentes, Amat ordenó a la periodista persignarse durante la sección 1, 2, 3. Bekerman, quien es judía, se rehusó a hacerlo por razones religiosas lo que, según se dice, ocasionó que Amat le pidiera la renuncia. La crítica a la actitud de Amat se enfocó, con razón, en el aspecto religioso del asunto. En efecto, es absurdo que, en el 2018, en un país que profesa la libertad de culto, sigan ocurriendo este tipo de discriminaciones.

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Pero hay otro aspecto de la controversia que me parece importante revisar: el modelo del jefe patrón y el empleado obediente, versus la supuesta inconstancia de las nuevas generaciones. La disyuntiva es clara: o los millennials son unos malcriados inestables y sensibles, o el viejo modelo es eso, viejo. Esta tensión generacional me recordó la trama de la película española La isla mínima. La película trata sobre la desaparición de unas mujeres en un pueblo andaluz durante los 80. La dinámica entre los policías es lo más interesante: una generación que creció con la dictadura, y otra más joven que consiguió la democracia.

Los millennials ya no son tan jóvenes. Sus primeros miembros ya están alrededor de los 30, y su modo de ser se resiste al del empleado servil. Si se educa a alguien a que piense críticamente, va a pensar críticamente por reflejo. Antes, por reflejo obedecía. Habrá contraejemplos, pero por lo general los millennials obedecen porque están de acuerdo, porque se sienten parte de un proyecto que vale la pena. A esta generación hay que persuadirla, hay que darle argumentos, hay que tratarla como par, porque en últimas lo es. Y eso es lo que el mundo necesita que sea.

Los CEO de hoy en día no esperan que les lleven el tintico, ni que les digan señor, ni que les hagan pleitesía. No es ya un mundo de choferes, ni de secretarias, ni de corbatas, ni de “doctores”, ni de whiskey. Si lo pensamos, Trump no sufre tanto de vanagloria como de desfase. Seguro Nixon era igual de arbitrario, pero a Trump le ha renunciado ya media Casa Blanca. A nosotros los cambios nos llegan tarde, y todavía estamos llenos de patrones y patroncitos, pero nadie se salva del tiempo, y el tiempo ya está llegando.

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